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Gente muy cabreada

Para mí que Del Cerro Grande quiso ser condescendiente con la afligida afición gijonesa

Gente muy cabreadaOskar Martínez

MIENTRAS la humanidad se transformaba a ritmo de canalladas, descubrimientos, imposiciones, razonamiento, sentido común o lo que ustedes quieran añadir dos sacrosantas instituciones se negaban en rotundo a evolucionar abriendo sus puertas al progreso. Y si finalmente consintieron algo fue después de mucho circunloquio y pachorra. Desde luego me estoy refiriendo a la Santa Iglesia Católica y Apostólica bajo el imperio del Vaticano y sus infalibles Papas y al fútbol, que como es público y notorio ha sido regentado por una cuadrilla de mangantes y vividores a refugio en la FIFA. Gianni Infantino, el abogado suizo que desde el pasado 26 de febrero preside esta poderosa organización, ha prometido limpiar la casa de ratas y, esto sí que es nuevo, abrazar la modernidad sin esperar al próximo milenio cambiando normas que claman al cielo. Por ejemplo: eliminar la triple sanción (penalti, expulsión y un partido de suspensión) y admitir el uso del vídeo para analizar cuatro situaciones: determinar si la pelota sobrepasó la línea de gol, revisar las expulsiones, examinar los penaltis dudosos y para concretar qué jugador realizó una falta controvertida. Esto no ocurrirá de hoy para mañana, lógicamente, pero el órdago está lanzado y no será fácil su digestión, entre otras cosas porque la dirigencia del invento siempre han considerado que uno de los factores que maceran el éxito de este popular deporte es la controversia que genera. O sea, que si todavía no han levantado un monumento al error arbitral es porque les da un poco de vergüenza. El hincha, según la FIFA, quiere que su equipo gane, ver goles y agarrarse un cabreo monumental para soltar groseramente la bilis a costa del trencilla de turno y después disponer de un tema recurrente para discutir toda la semana, que al parecer tiene incluso virtudes catárticas, aún a riesgo de altercados y revueltas callejeras. Una demostración paradigmática del asunto y sus consecuencias se pudo comprobar ayer en El Molinón.

El asunto se fraguó en el enfado colosal de los seguidores del Sporting, con el entrenador Abelardo al frente, por lo que consideran un robo a pito armado durante el partido que disputaron en Granada, el pasado jueves. La consecuencia fue que, en señal de protesta, se montó en el estadio de El Molinón una estruendosa escenografía para intimidar al árbitro y a fe que los sportinguistas lograron su propósito, no en vano el madrileño Del Cerro Grande no quiso ver un penalti como una casa sobre Aduriz (habría significado además la segunda tarjeta amarilla y consiguiente expulsión de Vranjes) y sí quiso ver aviesas intenciones en Aymeric Laporte, hasta el punto de considerar justa y necesaria su expulsión, la criatura. Pero el fútbol es tan grande que la ausencia del bravo central sirvió sólo sirvió para poner una pizca de emoción al placentero partido, toda vez que los chicos de Ernesto Valverde se manejaban sobre el césped del estadio asturiano con jerarquía y una superioridad tan manifiesta que en ningún momento vimos peligrar la victoria del Athletic. Es más. Tengo la sensación que Del Cerro Grande también captó la misma onda, y eso le llevó a ser condescendiente y con tal de aplacar la ira del pueblo se hizo el longuis, aún a costa de perjudicar al equipo bilbaino. Hay que reconocer que el Sporting da pena de lo flojo que está y admitir el excelente momento por el que atraviesa la tropa de Valverde en vísperas de reencontrarse con el Valencia, que anoche fue presa fácil para el Atlético de Madrid, que se llevó el triunfo con autoridad. Curioso lo de su entrenador, Gary Neville: su equipo va perdiendo y a falta de un cuarto de hora decide sacar a un delantero más, Negredo. Parece de cajón. Pero expulsan al defensa Santos y le dice a Negredo que se siente para optar por otro zaguero. La afición le monta la bronca, el técnico inglés se acojona y finalmente saca a Negredo. Una perla, este Neville.