UNA cosa es que haya tiempo y otra voluntad. No cabe duda de que la ponencia sobre autogobierno que estudia el Parlamento Vasco desde hace un par de años no se ha caracterizado por la prisa. De nadie. Empezando por quienes reprochan esa lentitud a una falta de voluntad ajena pero han colaborado en que la primera fase fuera un dilatado ir y venir de expertos para defender las tesis que les son más cercanas. Así que, es cierto que este eje de la legislatura vasca que concluye dentro de unos meses no ha producido vértigo por su velocidad, pero nadie ha tenido prisa, lo que resta valor a las críticas que se dirijan al lehendakari en este sentido. Para empezar, porque es el Legislativo y no el Ejecutivo el que ha marcado ese ritmo pausado.
Pero, llegados a este punto, la cuestión es si un año electoral da de sí lo suficiente para avanzar en la ponencia hacia unas bases concertadas por una mayoría de calidad. El consenso pleno, ese dogma ideal que solo se produce en democracia cuando esta se ve amenazada por fuerzas que atentan contra ella, es una quimera. Cuanto antes lo tengamos claro, menos mareada saldrá la perdiz. La amplitud de la concertación es algo a trabajar.
En ese sentido, la propuesta jeltzale de complementar las reuniones de la ponencia con citas bilaterales en busca de territorios comunes es, por sí misma, una forma de ganar tiempo. Llegar a cada sesión con una hoja en blanco a tomar notas sobre las propuestas ajenas puede ser procedimentalmente correcto, pero la cuestión no es ya la de tener más o menos prisa sino la de tener más o menos voluntad de llegar a acuerdos.
Es difícil, en este año electoral y con la distracción paralela que tienen algunos de los partidos en Madrid. En eso tienen ventaja quienes están concernidos solo de reojo, aunque a algunos, como el PNV les pongan en el ojo del huracán de una mayoría de investidura de Pedro Sánchez. Claro que, el ojo del huracán, es precisamente un espacio de calma en medio de la borrasca.
En ese sentido, las sucursales que tienen sus ojos en la legislatura española y las posibilidades de que se inaugure deberán hacer un esfuerzo de concentración doble. Más que la que han mostrado esta semana. Ayer, Antón Damborenea (PP) advertía de que no debía pretenderse una reforma estatutaria que implique una reforma constitucional cuando todo quisqui en España, empezando por su todavía jefe, Mariano Rajoy, maneja desde hace semanas su disposición a acometer la que engarza con sus prioridades. Habrá que suponer que el nacionalismo vasco tiene el mismo derecho a contemplar una reforma constitucional que el nacionalismo español. Y, el lunes, José Antonio Pastor acuñaba una frase inspirada en la que desmarcaba al PSE de la ponencia si se convierte en “una tertulia sobre las preocupaciones de los nacionalistas”. Se ve que no estuvo en el Comité Federal del PSOE ni leyó sobre su contenido. Porque los tertulianos reunidos allí hicieron exactamente eso. Y no se desmarcó nadie.