EL precio del petróleo registra una fuerte tendencia a la baja. El sector bancario europeo en general y español en particular debe afrontar este año un fuerte ajuste. Hace ya algún tiempo que son evidentes los problemas de la economía china. La UE tiene que negociar con Gran Bretaña una serie de acuerdos para evitar el Brexit (salida británica de la UE). Cualquiera de estas circunstancias pueden afectar y desequilibrar, por sí solas, los mercados financieros y la confianza de los ciudadanos en la recuperación económica. Claro que, si todas ellas coinciden en el mismo tiempo y se juntan en una coctelera especulativa, el resultado es especialmente amenazante y volátil, tal y como se puede comprobar en estas primeras jornadas de 2016. Las noticias no han podido ser más negativas y los sismógrafos (léase mercados) registran fuertes temblores en diversas latitudes de consideración financiera, energética, geopolítica y social que se materializan en el desplome en los mercados de renta variable y el petróleo. Alguna de estas sacudidas inciden en el núcleo central de la economía occidental; otras perturban el débil equilibrio en Oriente Medio y, por momentos, aumenta el temor al efecto dominó que ponga patas arriba la endeble recuperación de la UE, hasta el punto de que el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, manifestaba esta semana: “Todo sigue siendo complicado, pero no me resigno ni voy a tirar la toalla. Me niego a aceptar la idea de que Europa se encontraría ante el principio del fin”. Sin embargo, la UE tiene por delante demasiados problemas sin resolver. Los hay de todos los colores, económicos, laborales, organizativos, a los que ahora se añaden los derivados de la crisis de los refugiados. Veamos, aunque sea brevemente, cómo afecta e influye una de esas circunstancias negativas citadas al inicio de estas líneas, como es la posibilidad de que Gran Bretaña abandone la UE tras la consulta prometida por Cameron para que se realice antes de 2017. En realidad se habla poco de ello. Quizás se deba a esos otros problemas ajenos (China y petróleo) cuyas secuelas ocupan las primeras páginas de los periódicos. Sin embargo, lo que se conoce como Brexit, es una amenaza británica de tal magnitud que puede hipotecar el futuro de la UE hasta el punto de que podemos estar a las puertas del ‘principio del fin’ que niega Juncker. Las exigencias británicas dejan escaso margen de maniobra a la CE y, lo que es más grave, afectan a la propia esencia europeísta en las cuatro exigencias básicas que la UE debe negociar antes de la próxima cumbre que se celebrará en febrero. Estas exigencias son: 1. Gran Bretaña debe estar formalmente exenta del principio de una “unión cada vez más cercana”. 2. Debe oficializarse que Europa es una unión “multi-monetaria” y que el euro no es su moneda oficial. 3. Para repatriar poderes, grupos de parlamentos nacionales deben ser capaces de parar directivas propuestas y abolir leyes de la UE existentes. 4. La UE debe ser reorganizada para evitar que los países de la eurozona dominen a los otros. Deben darse protecciones particulares a la City de Londres. Estas demandas de “renegociación” fueron presentadas por Cameron en junio pasado, abriendo así el prólogo al referéndum Brexit. La fecha de su celebración aún no ha sido anunciada, pero hasta entonces, el gobierno de Cameron insistirá en recuperar la soberanía (punto 3). También quiere impulsar medidas económicas y financieras que favorezcan a Gran Bretaña, al margen de la supuesta solidaridad de la UE, sin olvidar su pretensión de disminuir la inmigración y los derechos de movilidad de los ciudadanos europeos en el Reino Unido.
Todo un desafío a las estructuras europeístas, que ya se encuentran muy debilitadas como consecuencia de una crisis cuya recuperación es asimétrica y que ha fracturado la UE entre países ricos y acreedores, dominados por la hegemónica Alemania, frente a los países pobres y deudores del Mediterráneo. Ceder ante Cameron es reducir la UE a la categoría de un club liberal. No hacerlo es colocar a Europa al borde de un acantilado.
Tiene razón Juncker cuando dice: “No me hago muchas ilusiones”.