VIENE bien una cura de humildad de vez en cuando a modo de reflexión, y me estoy acordando de aquella derrota en Granada. Entonces (decimosegunda jornada), el equipo andaluz estaba en puestos de descenso y ese encuentro se produjo después de que el Athletic hubiera encadenado una racha de tres victorias consecutivas (Sporting, Betis y Espanyol) que le sirvieron para dejar atrás su mal arranque liguero, definitivamente encarrilar el rumbo hacia los puestos europeos y bajar la guardia. Justo lo que ha pasado en esta abigarrada semana con los muchachos de Ernesto Valverde tras la victoria el miércoles frente al Celta en Balaídos y el punto sumado ayer ante la UD Las Palmas. La caraja de Granada fue sobre todo consecuencia de un bajón en la tensión competitiva (el exceso de confianza) y aunque algo de eso también ocurrió ante el equipo canario, en este inesperado tropezón (nos las prometíamos tan felices) pesó más la desorganización en el juego. La falta de pausa y temple; la precipitación por la que transcurrió el partido; disfunciones de las que supo sacar tajada el conjunto isleño con tan solo ponerle buena voluntad, tesón y aprovechamiento de los fallos cometidos por su rival. Se puede decir que el Athletic echó de menos a sus dos ilustres ausentes (es muy recurrente acordarse de Santa Bárbara cuando truena). La jerarquía de Laporte y la dirección de Beñat Etxeberria, que sin lugar a dudas atraviesa su mejor momento desde que llegó al Athletic, porque Mikel Rico no está para esos trotes. Todavía se le espera a Iturraspe y creo que ha llegado el momento para que Iker Muniain tome más responsabilidad y presencia en el equipo. Con lo poco que se le ha podido ver desde que dejó atrás su grave lesión y lenta recuperación, el navarro ha logrado transmitir buenas vibraciones y unas ganas evidentes de reivindicarse en un momento clave de la temporada y con un equipo titular consolidado. A punto de culminar la primera vuelta liguera, sirva a modo de consuelo que todos los aparentes rivales del Athletic en la carrera por los puestos europeos (Celta, Deportivo, Sevilla o Valencia) pincharon. Todos salvo uno, el Villarreal, que tras su victoria en Riazor con un penalti anotado por Bruno en el minuto 94 se ha colocado en la cuarta plaza, el gran objetivo a conseguir porque abre las puertas a la Liga de Campeones.
Con poco tiempo para la reflexión, pero suficiente en el propósito de enmienda, pasado mañana el triunfante Villarreal espera en los octavos de final de la Copa, otro ineludible objetivo del club bilbaino, y sin apenas tiempo para templar el resuello, el sábado, aguarda el Sevilla, muy presionado porque está embarrancado en un puesto de medianías, y el morboso reencuentro con Fernando Llorente, eso si el catedrático Unai Emery tiene a bien darle minutos de juego para poder escenificar vívidas y nostálgicas estampas.
Así que el Villarreal, como quien no quiere la cosa, ya le saca ocho puntos al Athletic en las clasificación liguera y se ha situado a tan solo uno del Real Madrid, un equipo entrenado por una especie de zombi, pues no mejor pinta ofrece Rafa Benítez. El hombre proclama que es víctima de una campaña persecutoria y por eso ve enemigos por todos los lados, obviando lo obvio: que el Real Madrid no carbura. Lo cierto es que todo el imperio aguarda expectante el momento de su destitución, y para eso ¿habrá sido suficiente el empate alcanzado en Valencia o proseguirá la agonía del entrenador madrileño? ¿Servirá de excusa la expulsión de Kovacic, su bizarra y desafiante apuesta dejando en el banquillo a James speedy Rodríguez, para invocar cristiana piedad a Florentino Pérez? ¿Qué se supo del aclamado Ronaldo cuando se se llega a situaciones límite y su equipo reclama más que nunca su virtuosismo, liderazgo y goles?
Rafa Benítez se aferra al cargo con poderosa afección, mientras el Real Madrid se ha convertido en el escaparate universal de la bufonada por su delirante situación futbolística, cachonda eliminación copera y potente exhibición de ferraris, porches y maseratis a toda hostia por la carretera.