Europa y el auge de la ultraderecha: la crisis destila su veneno
Casi siete millones de franceses han votado al Frente nacional abanderado por Marine Le Pen. Es una cantidad enorme de ciudadanos que se echan en brazos de un partido antisistema que fía la mejora de Francia a la salida del euro y el cierre de fronteras para los inmigrantes, pero también para las mercancías. Votantes de derecha y de izquierdas rechazan junto a Le Pen los perjuicios que achacan a la mundialización: el paro y la precariedad.
Este resultado, maquillado por el peculiar sistema electoral francés, ha encendido de nuevo las alarmas en Europa. Con la integración europea, los ciudadanos descubrimos un espacio de valores, de democracia y de solidaridad que se ubicaba en las antípodas del cinismo y la represión de la dictadura. Y ahora cabría preguntarse: ¿Quo vadis, Europa? Esta durísima crisis que sacude al viejo continente no es solo económico/financiera, es, sobre todo, una crisis de valores.
La red pelágica de la austeridad impuesta y de los recortes sociales ha gripado el motor de la construcción europea que es y ha sido siempre la solidaridad, para pasar a imponer un modelo europeo basado en el egoísmo estatal del “sálvese quien pueda”; en lugar de integrarnos más para hacer frente a las duras consecuencias sociales de la crisis nos desintegramos en absurdas autarquías estatales que exacerban los miedos, los temores, los populismos y la demagogia, y fruto de todo ello emergen con fuerza los movimientos de ultraderecha que han ganado potente terreno en el propio Parlamento Europeo y en numerosos Estados.
La evidencia de que la extrema derecha populista se hace cada vez más fuerte en Europa debilita el proyecto europeo y debe hacer reflexionar a las élites tecnócratas de Bruselas acerca del modelo de sociedad que estamos gestando, porque el fenómeno supera la mera moda pasajera, con Francia como botón de muestra. Los partidos auténticamente pro-fascistas siempre se muestran fuertes, preconizan una identidad étnico-religiosa, reavivan la xenofobia y el racismo y logran adeptos con un calculado mensaje antisistema.
Se trata de una nueva generación de partidos de derecha radical que camaleónicamente pretenden venderse como no extremistas. Y a un mensaje profundamente antieuropeísta que cala gracias al desafecto popular debido a la forma de afrontar la crisis desde Europa, añaden el verdadero amianto para la democracia que representa la xenofobia.
La Unión Europea se creó después de la Segunda Guerra Mundial para garantizar la unidad socioeconómica de un continente desgarrado por el fascismo. Hoy, verdaderos fascistas con verdaderas camisas negras marchan de verdad por muchas calles de ciudades europeas. Europa debe recordar que el precio de fomentar el fascismo es, con mucho, más cruel y más costoso que cualquier deuda nacional. La extrema derecha avanza en Europa como una potente corriente que amenaza con arrastrar los principios asentados en la raíz europea y lanza un claro mensaje de alerta y castigo para quien quiera y sepa interpretarlo.
La crisis económica no es una excusa, quizás sea un acelerador, un pretexto para refugiarse en la ignorancia, en el miedo y aferrarse a la comodidad mullida de los prejuicios. El racismo siempre ha existido, pero ahora muchos políticos lo aprovechan para sacar partido de ello. Es más sencillo extender el odio hacia el extranjero que el respeto al que es diferente. El racismo es la pereza del pensamiento, por no decir el rechazo a pensar. Y el fascismo es una desviación inadmisible de los valores democráticos. Debemos combatir esta lacra con una verdadera rebelión cívica, basada en valores de convivencia, de solidaridad, de respeto al diferente, debemos volver a los valores de la ahora denostada Grecia clásica, para alejar de nuestras calles el fantasma de la ultraderecha.
Tal y como acertadamente ha descrito Bernard Guetta, existe una “lógica” para el éxito de la extrema derecha, convertida en defensora de los beneficios previamente adquiridos y que aboga por el cierre de las fronteras y el fin del libre comercio. Como en los primeros días del fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán, la ansiedad social se mezcla en el más explosivo de los cócteles, alimentado por un doble rechazo, el del Islam percibido de forma injusta como terrorista y el de la unidad europea rechazada cada vez más como un caballo de Troya de la globalización.