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Elecciones 20-D: entre el narcisismo y la retórica

ANTE el horizonte de estas nuevas elecciones del 20-D, y junto a tempranas invocaciones al mal llamado voto útil, cobra furor entre las organizaciones políticas la idea de reafirmar el compromiso con los electores, de suscripción de un contrato social entre votantes y elegidos, de rendición de cuentas y adecuación del ejercicio de la política a los postulados electorales fijados en los programas de los partidos políticos.

Se busca la cercanía pero se practica en demasiadas ocasiones la retórica hueca y vacua. La retórica es la técnica de la persuasión. El gran maestro del arte retórico fue Aristóteles, y en nuestro siglo XXI, sin duda, Barack Obama se ha convertido en el más consagrado líder de esta técnica de comunicación, aunque la real politik ha demostrado la compleja tarea que implica materializar en política, incluso para él, tus deseos, tus retos, tus propuestas.

Pese a sus incumplimientos de promesas electorales, como el cierre de Guantánamo, y gracias a su carisma, a su cautivadora oratoria y a su liderazgo, Obama ha logrado que su discurso no suene a algo hueco, demagógico y vacío de contenido; algo, por cierto, que no logran evitar un gran número de líderes políticos en esta nueva contienda electoral del 20-D, por mucho que el marketing mediático defina cada debate como el decisivo, el definitivo.

La técnica retórica enseña a encontrar las opiniones en las que coinciden la mayor parte de los agentes implicados en la gobernanza y tiende a obtener consenso. Cosa distinta es la credibilidad de ese discurso, porque estos neologismos, estos vocablos posmodernos (heredados de clásicos ilustrados como Rousseau, que en 1762 nos habló ya de contrato social) tratan de generar en el imaginario colectivo del pueblo (o de los ciudadanos, en la terminología aséptica empleada por el discurso dominante en los medios) la sensación de catarsis, de la llegada casi mesiánica de nuevos liderazgos para un nuevo tiempo.

¿Cómo valoramos muchos ciudadanos vascos ese obsceno narcisismo mediático, esta feria de vanidades en que se ha convertido el escaparate mediático de la política española? Con mucho escepticismo y un punto de rebelión cívica silente, porque sabemos que para que ese pretendido “contrato social” reúna la equidad contractual necesaria, para que no sea abusivo ni leonino, para que no sea un mero pacto de adhesión unilateral debe mirar a toda la sociedad vasca, al deseo mayoritario de tender, de verdad, puentes entre diferentes y de poder expresarse como nación vasca plural y diversa.

Volviendo al histórico creador del concepto, Jean-Jacques Rousseau, cabe recordar que acuñó el concepto de “voluntad general”, y sentó dos columnas sobre las que asentar el poder político: la soberanía del pueblo y la legitimación del Derecho a través de la voluntad general. Extrapolemos ahora estas dos premisas a nuestro escenario, y pensemos si la firma del contrato propuesto merece o no la pena en estas condiciones.

Por encima de retórica, más allá del recurso a la épica vacua, tan presente en el lenguaje político de hoy día, ha de apreciarse la sinceridad, la honradez, la coherencia, la ética (pública y privada), la confianza, la humildad, la constancia, la sinceridad, la disciplina, la responsabilidad, la dedicación, la capacidad de trabajar por y para el acuerdo. Estos valores no dependen tanto de siglas como de candidatos y candidatas.

No me importa cómo bailan nuestros políticos y políticas, no me importa cómo cocinan. Reivindico la legitimidad funcional, instrumental de la política y de los políticos: que sirvan para resolver los problemas que genera la propia política, que dejen de lado la confrontación permanente y ensanchen las vías de acuerdo. Eso sí que es trabajar sin recursos retóricos, sin la épica impostada de quienes están convirtiendo la política en farándula.