DE un tiempo a esta parte se ha impuesto la tendencia de buscar “por responsabilidad” evitar debates públicos sobre determinados asuntos. No digamos ya si al sustantivo debate le añadimos el adjetivo electoral. Si rebobino situaría el inicio de esta corriente en el Pacto de Toledo y la conjura interpartidista de sacar de las campañas electorales el debate de las pensiones. Entendían los partidos firmantes que debatir sobre los modelos de la Seguridad Social y la cantidad que debían percibir los jubilados en plena campaña electoral era un terreno resbaladizo porque podría asustar a un gran colectivo de personas especialmente vulnerable. Por supuesto, todos lo han incumplido en mayor o menor medida según les ha ido viniendo bien.
Aquella primera impostura se ha hecho moda con el tiempo. Vayan un par de ejemplos muy recientes: Catalunya y yihadismo. Ni diez horas duró la tregua que firmaron Rajoy y Sánchez para mostrar unidad unionista (valga la redundancia) ante la declaración independentista del Parlament. Y por si fuera poco, la cosa se agitó un poco más cuando se fueron a sacar la foto Albert Rivera y Pablo Iglesias, que no se pierden una y ocupan minutos televisivos a granel.
Lo importante, según ellos, es que la ciudadanía perciba su firmeza, no sus dudas. Pero ¿desde cuándo hurtar a la ciudadanía de un debate es un ejercicio de responsabilidad? ¿Acaso debatir sobre la situación creada en Catalunya no contribuye a clarificar las propuestas de modelo de Estado que manejan los que concurren a las elecciones?
Tres cuartos de lo mismo sucede ahora con el pacto antiyihadista. Ahí convendrán conmigo que Sánchez le ganó la tostada a Rajoy porque fue el socialista el que propuso mostrar unidad tras los atentados de Charlie Hebdo y el supermercado kosher en enero en París. A Rajoy la cosa le vino que ni pintada porque estaba naufragando en la tormenta Gürtel. Y Sánchez se estrenaba como presidenciable incluso tragándose el sapo de la cadena perpetua, que ahora se llama permanente revisable.
En el reciente debate en la Asamblea Nacional francesa sobre la facultad de poderes especiales al presidente se escucharon opiniones divergentes entre los grupos políticos. ¿Rompió eso la imagen de unidad frente al terrorismo? No. Pero sirvió para que la sociedad francesa conociera mejor las diferentes posturas que mantienen sus representantes respecto a una cuestión de enorme relevancia pública.
Ahora vivimos una agitación prebélica en la UE y parece que la decisión de tomar parte o no en esa guerra no merece ser debatida en público. El pacto antiyihadista se presenta como una biblia, como una verdad revelada; adherirse o no a ese texto que escribieron al alimón PP y PSOE se ha convertido en un argumento que sustituye a la cuestión de fondo: la guerra.
Ni Rajoy ni Sánchez (tampoco Rivera) tienen verdadero interés en abordar tan espinosa cuestión y prefieren mantenernos entretenidos de manera artificial con quién entra o no, antes o después, en el dichoso pacto. Pero si hay que ir a una guerra o no, y qué se hace después con Siria suponiendo que se gane la guerra contra ISIS, y cómo se ataca la raíz de esta amenaza, etc? eso no toca; cerrado por campaña.