NO es una cuestión de restar méritos a los negociadores de PNV y PSE que han cerrado un acuerdo sobre los presupuestos del Gobierno vasco para el año que viene. De hecho, la capacidad de ambas partes de abstraerse del momento, que anima a ahondar la diferencia, y los choques recientes, ha permitido que no se sucumba a la coyuntura preelectoral del primero y reducir a meras salvas al aire a los segundos.

Pero el sentido común decía que la base de acuerdo económico suscrita por ambas partes en 2013 no tenía por qué dejar de estar vigente puesto que la coyuntura socioeconómica que la hizo necesaria a criterio de ambas partes no ha variado tanto como para poner las circunstancias partidarias por delante de los objetivos y compromisos allí asumidos. Desde entonces, desde aquel pacto fiscal sobre el que basar la disponibilidad de recursos y sostener el esquema de bienestar del país, el único elemento añadido de fundamento que cabía poner en la balanza la volcaba del lado del encuentro. Los acuerdos aplicados en ámbitos municipales y forales apenas han cumplido seis meses, los gobiernos constituidos a su amparo gozan de estabilidad suficiente en términos generales y habría sido una salida de tono difícil de explicar que la estabilidad presupuestaria del último año de legislatura hubiera sido puesta en cuestión. El propio importe de las variaciones introducidas por el PSE en esta fase en forma de enmiendas parciales, 35 millones de euros en un presupuesto que roza los 11.000, indica que la propia elaboración de las cuentas ha sido sensible a realidades compartidas y objetivables, sobre las que resulta muy difícil disentir, salvo que uno se lo imponga como obligación.

Tres cuartas partes del presupuesto se dedica a gasto social y el consenso en que la estructura de bienestar así lo exige parece garantizado. Quedó atrás el desencuentro inicial que obligó a la primera prórroga, fruto seguramente más de la marejada por una legislatura previa marcada por el choque constante entre el binomio López-Basagoiti y el PNV, desplazado pese a ganar las elecciones. Los últimos lodos de aquellos polvos se han ido este año. Quedan otros.

Porque si había algo que estuviera igual de asumido que los mimbres de encuentro entre PNV y PSE eran las voluntades de desencuentro del resto de la oposición. Durante los tres años de legislatura vencidos no ha habido acercamiento suficiente de las posiciones cerradas de todos ellos y, por mucho que el guion exigiera de EH Bildu y PP un primer mensaje de predisposición semanas atrás, nada en la actitud de ambos hacía factible que se materializara en algo de fundamento. Desde luego, no la técnica del lazo corredizo de la izquierda abertzale sobre los socialistas, lanzada in extremis al ofrecerles compartir de facto una enmienda a la totalidad. Y de un PP que pasa de paladín del foralismo a jugarse el Cupo a los chinos no podía llegar nada serio.