EL denominado pacto antiyihadista fue firmado el 2 de febrero pasado, al calor, también, de los atentados de corte islamista en París contra la revista Charlie Hebdo y tiene, como tantas cuestiones que pretenden ser solemnes, un nombre largo, rimbombante y rotundo: Acuerdo para afianzar la unidad en defensa de las libertades y en la lucha contra el terrorismo. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, afirma, con gran acierto, el refrán castellano. Y este pacto, cuyo supuesto objetivo contra el terrorismo lo suscribiríamos todos sin problema, presume demasiado, y de forma inquietante, de cuestiones de las que escasea. En primer lugar, de “unidad”. Y en segundo, de “defensa de las libertades”.

“Por todo lo anterior, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español expresamos nuestra firme voluntad de mantener la máxima unidad de los demócratas contra el terrorismo y de asumir y cumplir los compromisos que a continuación se detallan”, reza el texto. O sea, se busca la “máxima unidad” desde un acuerdo pensado, cocinado, redactado, firmado y presentado por un dúo: PP y PSOE. O, lo que es lo mismo, un trágala: lo tomas o lo dejas. No parece que este tipo de actuaciones favorezcan la “unidad”.

Además, el texto hace mucho hincapié en el respeto de los derechos de los ciudadanos, en el bienestar, en la defensa de la libertad, en el pluralismo, la tolerancia, etc. Mucha palabrería, excesivo énfasis en justificar el pacto en el logro de tan nobles objetivos como para no recelar y alertar de lo que nos espera. Dice el acuerdo que el Estado español conoce bien lo que es la actuación del terrorismo, y tiene razón, pero afirma que el terror “no ha hecho retroceder el régimen de libertades”, precisamente cuando todos sabemos que, bajo el argumento de la lucha antiterrorista, las leyes y su aplicación se han retorcido hasta hacer irreconocibles derechos y libertades democráticos que se suelen presentar como inalienables para la ciudadanía. Ese pacto antiyihadista, por ejemplo, introduce la intragable reforma, por la puerta de atrás, del Código Penal para aplicar la prisión permanente revisable, es decir, la cadena perpetua.

Así que esa “unidad contra el terrorismo” no se ha buscado, en realidad, nunca. Ni antes, ni ahora. Es el vicio del bipartidismo, al que ahora se suma con entusiasmo Ciudadanos, que huele poder y que, como a Groucho Marx, no le importa exhibir otros principios cuando los suyos no le sirven para sus intereses.

Es esa misma “unidad” que ha sido imposible también en el Parlamento Vasco para aprobar una declaración institucional contra el terror yihadista. Otro trágala. Otro “lo tomas o lo dejas”. El consenso es difícil cuando se buscan intereses distintos a los que se proclama, o cuando se busca directamente el interés propio. Pero es fácil cuando se quiere de verdad la acción conjunta: basta ir a lo importante, a lo esencial, a lo que une (el rechazo sin fisuras al terror), y no a lo que separa y que, como es el caso, puede frustrar la unidad.