IR a una guerra lo deciden los que, literalmente, no van. Es una decisión muy difícil para una democracia, tanto que a veces estas cosas han derivado en tremendos conflictos internos. Tampoco es fácil para una mayoría absoluta; es sencilla la votación, incluso aunque suenen en el hemiciclo obscenos aplausos, pero es muy complicada la reválida en las urnas. Sólo los dictadores van encantados a las guerras si sirven para cegar con los enemigos externos la oposición interior. Malvinas y los militares argentinos, verbigracia.
El PP sabe mucho del precio político que hay que pagar por ir a una guerra decidiéndolo por mayoría absoluta y única. Aznar decidió sacarse una foto en las Azores de la que nunca ha renegado ni él ni su heredero político. Aquel abrazo le persigue a la derecha española como una maldición. Las mentiras fueron tan evidentes que sólo un entramado jurídico a medida, y de parte, ha evitado que esos mandatarios hayan sido perseguidos y encausados. No hubo razón alguna para aquella guerra que situó a los atacantes fuera de la legalidad internacional.
Desde entonces, cada vez que suenan tambores de guerra Rajoy pone su barba a remojar. No me extraña, porque podemos hacer muchos cálculos sobre las razones de que el PP perdiera las elecciones en marzo de 2004 y por supuesto que ahí figuraría la sarta de mentiras de Acebes, pero no sería justo olvidar que veníamos de unas enormes manifestaciones contra la guerra en Irak que Aznar desoyó.
Que Mariano Rajoy haya decidido descolgar el teléfono para hablar con quien no lo ha hecho durante cuatro años denota la necesidad de alejarse del modelo autoritario que ha impregnado su mandato. Solo, y quede claro ese “solo”, se busca el apoyo para esta cuestión concreta que es el talón de Aquiles de la derecha española. Para el resto, siga esperando en la ventanilla; y si no hay acuerdo, ya le echará encima al Tribunal Constitucional al que ha quitado la venda y ha reforzado la espada.
El pacto antiyihadista se ha convertido en el sustituto de cualquier debate. Si uno no lo firma se convierte en sospechoso de no ser solidario ante la amenaza y, lo que es peor, ser cómplice de futuras masacres. Por supuesto, inhabilita a quien no lo firme para dirigir un país. Por eso Ciudadanos se apresura a llamar a la puerta del pacto. Y por eso, Pedro Sánchez se tragó el sapo de la cadena perpetua. Por lo mismo que Rajoy busca apresuradamente compañeros para una foto que cuanto más numerosa más diluirá su irresponsable manejo de la mayoría absoluta.