la pasividad no hace que el tiempo resuelva las cosas por sí solas. La inercia del conformismo acumulado por parte del bloque de partidos constitucionalistas durante tanto tiempo de incumplimiento estatutario vuelve a ponerse de manifiesto en las reacciones ante la exigencia de mayor autogobierno por parte de una gran mayoría de la sociedad vasca.
Confluyen en un breve plazo temporal dos dinámicas: la coyuntural -el tiempo preelectoral en que nos movemos, a las puertas casi ya de las elecciones generales de diciembre- y la estructural -36 años de incumplimiento estatutario, renunciando por ausencia de consenso desde Madrid, y en pro de un interés superior, el estatal, a las potencialidades que para Euskadi aportaría el pleno cumplimiento del Estatuto y el desarrollo de las competencias pendientes, en los términos aprobados en 1993 por el propio Parlamento Vasco con el voto favorable, por cierto, del PSE y del PP-.
La apuesta por el diálogo que el lehendakari Iñigo Urkullu está trasladando como seña de identidad de su Gobierno y de su manera de entender las relaciones políticas y humanas no es una pose electoral ni una moda. Basta comprobar el clima social y político que se vive en Catalunya para comprobar que esta metodología bilateral, anclada en nuestra mejor tradición foral, es la vía adecuada. Para algunos es una muestra de ingenuidad política, porque nada se obtendrá por esta vía ante la cerrazón estatal. Para otros, en cambio, está vía aporta estabilidad, permite mirar de frente a tu interlocutor, generar confianza recíproca y acaba dando frutos.
Todo el mundo, desde diferentes posicionamientos políticos, alude de forma recurrente a la necesidad de dejar atrás políticas de confrontación, de división y enfrentamiento, y se reitera hasta la extenuación el tópico que ha causado furor en el discurso político: la necesidad de responsabilidad y de altura de miras. ¿En qué debe traducirse esta expresión tan socorrida y que tanto escepticismo despierta ya, por vacua, en gran parte de la ciudadanía vasca?
Acordar no es claudicar. Si se quiere evitar conflictos e incomprensiones, el principio fundamental que debe regular las relaciones políticas es la negociación. Y no hablo de mercadear al estilo o modelo de bazar oriental, sino sobre la base de encontrar puntos de encuentro que beneficien a la sociedad vasca. Construir País tiene demasiadas veces menos glamour social y político que jugar a maximalismos tan histriónicos como estériles. El liderazgo de una sociedad no se puede crear con un lenguaje retórico, ni con la confección de frases e ideas sugerentes por parte de la tecnocracia de la trastienda.
El valor de la política reside en que simboliza la apuesta colectiva de los ciudadanos como forma de garantizar un futuro. Me atrevo a solicitar a nuestros representantes que dejen atrás el tribalismo: dialoguen, negocien, lleguen a acuerdos, no frustren nuestras expectativas ni nuestro futuro, y la política recuperará buena parte del prestigio perdido.