ESCUCHAR a una persona que ha dedicado una parte importante de su vida a ejercer eso que se llama violencia política -dicho más claramente: a utilizar las armas, a matar, por un proyecto político como militante y dirigente de ETA- reconocer que “ningún objetivo político puede lograrse a través de la vulneración de los derechos humanos” es probablemente uno de los ejercicios más reconfortantes desde el punto de vista del avance hacia la convivencia en nuestro país. Lo ha hecho, una vez más, Carmen Gisasola.
Dice Iñaki García Arrizabalaga, víctima del terrorismo, que estos ejercicios de autocrítica pública -valga la no aparente redundancia, porque si no es pública la autocrítica no sirve- es, desde un punto de vista testimonial, de lo mejor que ha sucedido en Euskadi. Un reconocimiento y un testimonio que viene haciendo un reducido pero significativo grupo de exmilitantes de ETA desvinculados de la organización y críticos con el uso de la violencia y con su propio proceder en el pasado. Gisasola presta este testimonio en el documental El valor de la autocrítica, que se estrenó ayer en Bilbao y Donostia. No es casual que esta película se proyecte casi al mismo tiempo que tienen lugar, entre hoy y mañana, las jornadas sobre Los valores de la autocrítica, en los que también interviene la exmiembro de ETA, así como diversos expertos en la materia, entre ellos el obispo emérito Juan María Uriarte, que ayer, poniendo voz a una gran mayoría social, volvió a exigir a ETA y a la izquierda abertzale el reconocimiento del daño causado. También lo hizo el miércoles Sara Buesa en la apertura de las jornadas de la Fundación Fernando Buesa. Hace ya un año que el líder de Sortu, Hasier Arraiz, prometió hacerlo. No ha sido así, lamentablemente, por más que puedan apreciarse algunos pasos en sus discursos y ciertos gestos hacia las víctimas que se ven contrarrestados por acciones u omisiones tácticas, como, por ejemplo, pedir que se incluyan en los listados de víctimas “del conflicto” desde Txabi Etxebarrieta a Iñigo Cabacas. Un paso atrás.
Como dejó sentado Antonio Machado, “todo necio confunde valor y precio” y, en este caso, algunos confunden el valor intrínseco, humano, social, pedagógico e incluso político de la autocrítica con el precio a pagar por el uso o el amparo de la violencia. Si se cobrase precio por eso, ni Mario Draghi podría venir al rescate.
El valor de la autocrítica es incalculable en muchos sentidos. Primero, por el valor -en el sentido de valentía- que se demuestra haciéndolo. Y también por su alcance, su fuerza, eficacia, virtud, rédito personal y social y significado. Ese paso que se dio en la vía Nanclares y que ahora la Audiencia Nacional pone en valor -otra vez la palabra clave- pero como argumento para rechazar el acercamiento de presos. También este tribunal debería hacer autocrítica y debe saber que la vía Nanclares que utiliza como excusa y que tanto valor sin precio tiene, está muerta porque no interesa al Gobierno. Hay que tener valor.