CUANDO se acaba la legislatura de la mayoría absoluta de Mariano Rajoy, casi la única certeza es que ese escenario no se volverá a repetir. Es tiempo de balances y se puede poner el acento en muchas facetas de estos últimos cuatro años, aunque el común denominador lo resumiera ayer Aitor Esteban cuando habló de “recortes, recesión y recentralización”. Pero también se puede seguir el dictado de Adso de Melk, el novicio asistente de Guillermo de Baskerville y narrador de El nombre de la rosa de Umberto Eco, que concluye la novela con la ya célebre frase: “De la rosa nos queda únicamente el nombre”.
Conviene recordar los nombres de los ministros de esta legislatura porque suya es la huella de este Gobierno. Empezando por los que no la han acabado. Como José Ignacio Wert, que consiguió unir a todo el sector educativo en contra de su ley y, sin embargo, esta le sobrevive para que otro arregle el desaguisado. De su sustituto, Iñigo Méndez de Vigo, lo mejor que se puede decir es que, en estos meses, no va a romper nada más.
Pero hay que reconocer que quien merecería figurar en el frontispicio de las reformas más ideológicas y politizadas es Alberto Ruiz-Gallardón. Suyo fue, como ministro de Justicia, el impulso y desarrollo de las reformas de la Ley del Poder Judicial; del Código Penal con su instauración de la cadena perpetua bajo el seudónimo de prisión permanente revisable; o de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que en su primera redacción hubiera impedido llevar adelante en el futuro instrucciones de casos como Nóos, Palma Arena o Gürtel al limitar la duración de esa fase procesal. Suyo fue también el tasazo judicial que fue desautorizado y corregido después en parte, o el Estatuto de la Víctima que otorga a esta el derecho de oponerse ante los jueces de Vigilancia Penitenciaria a la excarcelación de sus victimarios. Y la Ley del Aborto, que provocó su dimisión cuando se vio rebajada en sus objetivos. Todo ello, más o menos edulcorado para limitar roces, lo ha sacado adelante en el plazo récord de un año con gran densidad en los meses del verano su sustituto Rafael Catalá.
A la huella legal dejada por estos dos gigantes hay que sumar, por méritos propios, a Fátima Báñez y su reforma laboral del abaratamiento del despido y de algún que otro derecho también, que se llevó un buen puñado de palos judiciales hasta que salió al rescate el Tribunal Constitucional. Y sigan con Ana Mato, que sobrevivió al ébola pero fue defenestrada por no contar los deportivos de su garaje; Pedro Morenés, que se va confiando en que “no haga falta” enviar tanques a Catalunya; Cristóbal Montoro y Luis de Guindos, que ocupan lugar preferente en las oraciones de los afectados por los recortes, o sea todos; y el nunca suficientemente ponderado Jorge Fernández Díaz, que ha vivido rodeado de filtraciones a los medios de sus operaciones policiales sin enterarse de nada, o de todo. Y así... De la rosa nos queda el nombre. El 20-D se verá si de este gobierno a los votantes les queda además el recuerdo de su aroma.