MUY mal andan los canales de comunicación entre la presidenta del PP vasco y Génova para que Arantza Quiroga haya tenido que someterse a una insostenible marcha atrás que la debilita y deja su liderazgo en cuestión. O ella no ha sabido escuchar -o nadie le ha querido transmitir- que su iniciativa bienintencionada provocaría una reacción demoledora en su propio partido. Si hubo advertencia, no llegó a tiempo de evitarle el bochorno.

La retirada fulminante de la moción parlamentaria para activar una nueva ponencia sobre paz y convivencia que salvara la cara de los partidos que han sometido a bloqueo la vigente suena a rendición y explicita un severo rapapolvo que no quiso ocultar Alfonso Alonso, bien asentado en el Gobierno y en el epicentro del PP en Madrid. La propuesta de Quiroga daba una oportunidad a los populares para volver a ser operativos en la política vasca, para sacarlos del papel de fuerza prescindible en el que los votantes les han puesto, amenazados ahora, además, por la irrupción de otra fuerza como Ciudadanos, que les disputa el discurso nacional español. Pero también daba una oportunidad a un cambio de paradigma en la relación entre las fuerzas políticas vascas precisamente porque llegaba del lugar más insospechado, el más inmovilista en el pasado y, a tenor de los hechos, también en el futuro inmediato.

La excusa de la presidenta del PP vasco no resiste el mínimo análisis porque, si algo hay que reconocerle a Sortu en este asunto, es la mesura con la que se ha desenvuelto. No resulta creíble que Quiroga haya descubierto un intento de manipulación de la izquierda abertzale en el tiempo que media entre su defensa pública de la moción en la mañana de ayer en una emisora de radio y su retirada. Sencillamente porque nadie de Sortu dijo una palabra entre ambos momentos y la única novedad fue la dura desautorización pública de su compañero de partido Alonso y de las organizaciones de víctimas habituales guardianas del discurso antiterrorista más duro.

Quiroga ha medido mal sus fuerzas o ha buscado un golpe de autoridad que le ha rebotado en sus propias carnes. Quizá el paso dado deje poso porque la presidenta ha tenido los arrestos de mirar a los ojos a los demonios que mantienen inmóvil a su partido y quizá en un escenario menos electoral hubiera tenido algún recorrido. Pero hoy es la sostenibilidad de la presidenta lo que está en cuestión porque su pecado ha sido salir de la trinchera.

De su desencuentro con el sector más influyente del PP vasco en Madrid da fe la ausencia de representantes alaveses a su lado ayer a la hora de tragarse el sapo en el Parlamento. Quiroga ha aprendido de la forma más amarga que la sucursal que preside no tiene caudal político propio ni importa a sus superiores su necesidad de tener un papel en la realidad vasca. Y, no obstante, el suyo era un primer paso en el camino correcto, que es el de asentar la convivencia desde el diálogo. “Eppur si muove”, dijo Galileo tras abjurar del heliocentrismo. Sin embargo, se mueve, presidenta.