CON un calendario tan abigarrado de competición, parece que no queda otro remedio que optar por las rotaciones para no reventar al personal con el esfuerzo antes de que llegue la hora de la verdad, o sea, el desenlace de la trama, el éxito o el fracaso, allá por mayo. Sobre el asunto de la dosificación hay diversas teorías. Por ejemplo, muchos postulan, y no les falta razón, que los futbolistas son unos atletas fuertes y perfectamente preparados para aguantar sin dar síntomas de flaqueza dos partidos cada tres días a estas alturas de la temporada. Luego tampoco hubiera supuesto condenarles a galeras si los chicos que ganaron el pasado jueves al Augsburgo hubieran repetido ante el Villarreal, con la Liga de por medio y tres valiosísimos puntos en disputa, o por lo menos la mayoría de la tropa.

Hay entrenadores que defienden la contraria, pongamos que Marcelino, el míster del equipo castellonense: hay que mostrar una fe ciega en la plantilla, y lo constata a lo bestia. Ni corto ni perezoso, el técnico asturiano optó por un cambio radical, pero lo hizo en el partido europeo del jueves contra el Rapid de Viena, introduciendo hasta diez cambios con respecto al encuentro anterior. A la vez, Marcelino revelaba cuál es su competición preferencial. Los buenos, por decirlo así, los reservó para sacarlos lo más frescos y lozanos posible frente al Athletic, apostando más por la Liga que por Europa, y en cierto modo mirando por encima del hombro al equipo austriaco en una inequívoca señal de soberbia. El cálculo le salió mal ya que perdió (2-1) frente al Rapid, aunque es un daño asumible porque el Villarreal sigue siendo el favorito claro del grupo. Sin embargo la apuesta le salió redonda ante el equipo bilbaino, a quien ganó sin paliativos y ya le saca siete puntos de diferencia en la clasificación.

Mira por dónde Ernesto Valverde es de la misma opinión que su colega así que, ni corto ni perezoso, realizó hasta nueve cambios en la alineación inicial con respecto a la formación que venció al Augsburgo. Pero a diferencia de Marcelino, los buenos, por decirlo así, fueron quienes disputaron la competición europea y también los que previsiblemente formarán ante el Real Madrid en San Mamés, como si los puntos que se obtengan contra el gigante blanco fueran de mayor cuantía y superior valor a los puestos en disputa en El Madrigal.

El tiro le salió por la culata al técnico del Athletic, porque desnaturalizó al equipo rojiblanco y le dejó sin ningún hombre solvente y fiable ante la portería contraria, a no ser que ahora, de súbito, creyera en las virtudes de Kike Sola en la suprema suerte del gol. Tampoco hay que achacarle el demérito al delantero navarro, pues tampoco le llegó un balón en condiciones de remate, porque Valverde también dejó fuera de la contienda a los arquitectos más avezados de la plantilla. Cuando quiso reaccionar, recurriendo a Raúl García, Aduriz y, siete minutos más tarde, a Beñat ya fue demasiado tarde.

También es verdad que si el árbitro se abstrae de pitar ese penalti inexistente, San José atina en aquella ocasión bajo palos o si Mario Gaspar no se hubiera sacado aquel golazo de la chistera igual cantaba otro gallo. Y ahora estaríamos escribiendo sobre cuán sagaz y ojo águila que es nuestro admirado Ernesto.