Durrio, Iturrino y su tiempo, en Bilbao: la dualidad de la primera modernidad
Bilbao es una ciudad inquieta que está en plena ebullición creativa.
Pese a los espasmódicos desacuerdos que se produce entre lo que hacen los autores y prefieren los demás, no ceja en el empeño de organizar una apuesta artística muy diversa y variada. Por un lado algunas instituciones buscan la aceptación complaciente del conjunto social y por otra parte existe un efervescente clima creativo que difunde dinamismo y energía. Un contexto que pasa de ser un escaparate del pasado para dar aliento a las ideas, interpretaciones e investigaciones más actuales. Todas las semanas es lo mismo: un variopinto e insólito panorama de espejos que parecen incomunicables. El de los que promueven insólitas iniciativas y aquellos que prefieren los acordes de lo que hace años fue protagonista.
Las presentaciones de Francisco Iturrino (Galería Rembrandt) o Francisco Durrio y su círculo artístico. París, 1880 - 1920 (Galería Michel Mejuto) son exposiciones importantes que acercan el mundo cultural de la modernidad y la primera vanguardia. Ambas recopilan una serie de grandes trabajos, fiel reflejo del esmero con el que se han ido constituyendo. Muestras que facilitan una relativización de la mirada y proponen la sensibilidad original de lo subjetivo. Un tiempo que tuvo como finalidad la realización de un arte diferente y novedoso.
Iturrino, poeta del color es una revisión monográfica. Pone en valor las huellas pictóricas del artista nacido en Santander pero vasco por convicción, como dice uno de sus familiares. Si todos los géneros están representados, es el tema femenino el que prevalece por encima de los demás. Las hay en todas las disposiciones y situaciones. La mayoría son motivos andaluces, pero también alguna pintura de las estancias del artista por tierras castellanas. Casi siempre las mujeres están agrupadas y solas. Los hombres escasean y los puntos de vista varían. Algunos están pintados desde arriba y abarcan también el entorno. En cualquier caso, un tono de complicidad entre figuras que se solazan al aire libre.
En el devenir de las obras se evidencia los artistas que le influyeron al artista. Desde el postimpresionismo decimonónico de Gauguin o Cezanne a los efectos más distorsionados del expresionismo de comienzos del siglo veinte. Una toma de conciencia de la modernidad que va evolucionando para encontrar la especificidad de una gran e insólita personalidad. El mundo puede ser borroso y huidizo pero siempre es una suma de colores fuertes y arriesgados, como los de los fauvistas capitaneados por Henri Matisse. En este contexto se ha presentado una novelada versión de la vida del artista. Está escrita por Enrique López Viejo y cuenta con novedosa documentación aportada por Alberto Robles Iturrino.
A su vez, Francisco Durrio y su círculo artístico se acerca a un número mayor de autores. Ante todo da voz al artista vallisoletano que no cesó de tener contacto con Bilbao, pese a permanecer la mayor parte de la vida en París. Pero también muestra el trabajo de creadores que convivieron en la ciudad de la luz entre 1880 y 1920. No importa, siempre son obras museables. Unas tienen enorme importancia por la historia que atesoran y las envuelve. Mientras que otras destacan por conectar sus experiencias con lo que se produce a su alrededor. La nómina representa el fulgor de una época y también es alegoría de las relaciones entre los artistas.
Los diferentes trabajos de Durrio son muy diversos material y conceptualmente. Hay esculturas tan importantes como un Arratiano de primera época o un expresivo San Cosme de latón. Además, relieves, vasijas o joyas entre lo expresionista y lo simbolista. Y a su alrededor figuras bohemias de Anselmo Guinea, Ignacio Zuloaga, Benito Barrueta o Pablo Uranga, además del retrato del escultor Quintín de Torre que pintó Alberto Arrúe. Están asimismo, paisajes postimpresionistas de Darío Regoyos, un jardín andaluz de Francisco Iturrino o figuras de Valentín y Ramón Zubiaurre. Y por si fuera poco, significadas zincografías de Paul Gauguin, litografías de Pierre
Girieud, así como estampas japonesas del siglo diecinueve. Una exposición modélica, cuyo catálogo presenta interesantes novedades historiográficas.