EN una pared de la India una mano anónima escribió, hace ya algún tiempo, que cuando el último animal muera y cuando el último vegetal se seque, quizá el hombre entienda que el dinero no se come. La frase cobró vida y se convirtió en un lema para miles de ecologistas, gente partidaria de la ciencia ecológica, antes que de la religión verde, algo que también se predica y que de cuando en vez trae consigo un puñado de integristas que profanan al hombre en defensa de la naturaleza, como si este no formase parte de la misma.
Traigo hasta este callejón el tema de la ecología para encandenar las dos historias que rodean la columna: el inminente Último Lunes de Octubre, donde estalla la alegría de la huerta a carcajada limpia, y la arquitectura sostenible, una forma de construcción que trata al medio ambiente con toda la diplomacia verde posible. No en vano, en nuestro entorno hay edificios con credenciales que les dan pasaporte hacia un mundo más sostenible. ¿Cómo se consigue algo así...? El jurado que concede ese reconocimiento mide el consumo de agua, el ahorro energético y el uso de energías renovables, la calidad ambiental interior y el fomento de un diseño que aproveche materiales y recursos. Dos historias, ya ven, que se cruzan en el camino estos días. En el camino verde.