VOTÓ Escocia, y votó no. Votó de forma masiva. Votó seguir formando parte del Reino Unido, después de que la sociedad escocesa diera un envidiable ejemplo de respeto entre los partidarios de cada una de las dos opciones, después de una larga campaña en la que sobresalieron la tolerancia y el sentido democrático. Aceptó el Gobierno británico que la ciudadanía escocesa manifestara mediante el voto su decisión, dando también un envidiable ejemplo de respeto a la democracia por encima de cualquier otra consideración o cualesquiera fueran las consecuencias derivadas de ese referéndum. Esta es la madre de todas las desemejanzas con los procesos pendientes en Euskadi y Cataluña.

Independientemente del resultado del 18-S, nunca como ahora han estado en nuestro entorno tan agitadas las aguas del cotarro estatal, entendidas como la indisoluble unidad por unos y la autodeterminación soberanista por otros. Han coincidido en el tiempo el referéndum por la independencia en Escocia y el proceso para la consulta en Cataluña y no ha faltado, ni faltará, la intención de buscar semejanzas entre estos dos procesos soberanistas y el contencioso que de largo viene ocupándonos respecto al estatus de Euskal Herria en relación a los estados español y francés.

Por supuesto, los partidos unionistas solventan el asunto con la mayor simpleza: primero, ni Escocia ni Cataluña tienen nada que ver con Euskadi y, segundo y principal, las leyes vigentes no permiten ni siquiera plantearlo. Por tanto, no tienen nada que ver.

Por el contrario, los partidos que defienden el derecho de los vascos a decidir sus relaciones en el futuro con los estados de los que hoy forman parte entienden que tanto el proceso escocés como el catalán merecen ser tenidos en cuenta para la resolución de su propio conflicto. Los partidos nacionalistas encuentran en ellos semejanzas con nuestra situación, aunque no coincidan en su valoración mimética.

Parece que no cabe duda de que el nacionalismo mayoritario, el PNV, valora como ejemplo a seguir el proceso escocés y confiesa su admiración por la escrupulosidad democrática del Gobierno británico, que ha aceptado sin mayores aspavientos el derecho de la ciudadanía escocesa a elegir su dependencia o independencia del Reino Unido. Respecto a la vía catalana, son tantas las similitudes con el proceso liderado por el lehendakari Ibarretxe en 2008 que el PNV no puede menos que apoyarla y solidarizarse con ella, no sin cierta melancolía porque sobre ella se cierne la misma amenaza del peso de la ley que frustró aquel esfuerzo soberanista.

Más entusiasta es el empeño de la izquierda abertzale por buscarles semejanzas a estos dos procesos con el vasco, en base al argumento elemental de tratarse de dos pueblos, el escocés y el catalán, que han decidido romper relaciones con los estados que históricamente les han oprimido. En ese sentido, los portavoces de las diferentes marcas que representan a la izquierda abertzale de toda la vida han apostado por ambos procesos, si bien respecto al de Escocia basta con apelar a la inmensa diferencia democrática entre los gobiernos británico y español, una diferencia que les sirve para censurar los intentos -inútiles, según aseguran- de llegar a algún entendimiento con el Gobierno español al estilo del proceso escocés. Una censura que incluye el fustigamiento al lehendakari Urkullu por pretender una quimera.

En esta misma línea, y ya en el proceso catalán, la izquierda abertzale valora a Artur Mas en contraposición con Iñigo Urkullu, confrontación en la que sale muy infravalorado el lehendakari porque no se le cree capaz de lograr la unidad que el president ha sumado en Cataluña ni de movilizar a la multitud que llenó las calles de Barcelona en la Diada.

A desemejanza del proceso catalán, hay en Euskal Herria unas dificultades básicas que la distancian radicalmente de esa unidad que ha fundamentado las iniciativas protagonizadas por CiU, ERC, ICV y CUP. Euskal Herria arrastra el lastre de cincuenta años de ETA, cincuenta años de horror con las desoladoras consecuencias de víctimas, presos y resentimientos aún muy lejos de superarse. Unas consecuencias que dificultan enormemente los acuerdos y la unidad de acción como para lograr el recorrido juntos que han emprendido los partidos catalanes.

Y es precisamente la izquierda abertzale la que podría deshacer esa fractura, ya que está en sus manos enterrar para siempre la sombra de ETA que oscurece más que cualquier otra el panorama unitario que podría asemejar nuestro proceso al catalán. Por el contrario, la izquierda abertzale parece más preocupada por fustigar al lehendakari y al PNV para su provecho electoral que por buscar acuerdos, a los que por supuesto se debería llegar sin pretender imponer su propia versión del proceso vasco. En Euskadi no hay ninguna formación política que juegue el papel de ERC, ni un dirigente como Oriol Junqueras, que ha demostrado su capacidad de pactar, de acordar, de otorgar a CiU como partido mayoritario y a Artur Mas el liderazgo que le corresponde en el proceso.

El ejemplo de ERC ha servido de argamasa para lograr el consenso interclasista e interidentitario que ha sido motor en este proceso, sea cual sea su desenlace definitivo.

Ganó el no en Escocia, y a pesar de todo hay que felicitar a la sociedad escocesa porque ha dado un magnífico ejemplo a toda Europa de cómo hay que hacer las cosas y ha quedado probado que el derecho a decidir se puede ejercer en Europa por las naciones y los pueblos sin Estado.