TANTO tiempo y por tanta gente fue considerado un infierno -aquella autopista urbana contó con una potente protesta vecinal durante décadas...- que al escuchar que hoy habrá un bulevar donde antaño había un scalextric uno siente que se aproxima a la tierra prometida, al menos para los vecinos de la zona. En verdad, el vergel alcanza a todo Bilbao, porque no hay ciudad que pierda cuando gana zonas verdes. Por supuesto, han preguntado a las gentes del barrio pero bien hubieran hecho al extender la consulta porque la obra de acondicionamiento no se limitan a hacer reformas en casa: cambiará la geografía sentimental del Botxo, una ciudad que crece para pasearse de cabo a rabo. Con tanto aliciente para andar vamos a convertirnos en un pueblo en forma, puros atletas.

No se encuentran voces en contra a la idea de reducir el tráfico, al menos no en público. Otro cantar es que alguien se queje de que la transformación ha complicado la circulación, al menos hasta que uno se haga con el nuevo sentido de la ciudad, dicho sea en el sentido más literal del término. La ganancia, dicen, está en aceras más amplias, una plaza nueva y espacios para aparcar que vendrán bien, ahora que cada día se dificulta más el tránsito de vehículos.

La zona de Basurto-San Mamés lleva camino de convertirse en un ensanche más de la ciudad, no queda claro si el tercero o el cuarto, según qué arquitecto opine. La transformación es digna de un espectáculo de varietés del Folies Bergère, aquel famoso cabaret parisién: de las trincheras, los acelerones y los humos a una suerte de jardín de las delicias, según lo pintan. No pueden, no deben quejarse los vecinos ahora: van a vivir puerta con puerta con el paraíso.

Al menos eso se intuye, por mucho que la voz de la calle siempre sea precavida. No por nada se dice que uno sabe cuándo empieza unas obras pero nunca cuándo las acaba. Entre las muchas utilidades se habla de nuevos espacios para los juegos infantiles, algo que ha de celebrarse por encima de todos los adelantos que se vayan a incorporar. La ciudad ha ido perdiendo, con los años, la risa de los niños a la hora de jugar. En los parques se prohibe jugar al balón y volar cometas. Y querrán que no sean niños tristes.