Alos once minutos se barruntaba una paliza de las que dejan huella, cuando el galés Bale anotó el segundo gol madridista con elegancia. El run-run recorría las gradas de Anoeta, con la afición txuri-urdiñ de uñas tras la histórica derrota frente al Eibar en la primera jornada liguera, y no te digo nada después de irse al carajo la aventura europea cayendo por goleada frente a unos rusos que una semana antes parecían una cuadrilla de desgarramantas. Y Jagoba Arrasate, ¿pero con quién ha empatado ese vizcaino? O sea, que una crisis insondable se cernía irremediablemente sobre la Real y una hora más tarde los mismos que juraban en arameo entonaban jocosos ¡Illarra chupa banquillo...!, entre otras lindezas, consecuencia del subidón que propició entre la hinchada la sorprendente e inesperada reacción del equipo guipuzcoano y el inexplicable hundimiento de los famosísimos y virtuosos futbolistas del Real Madrid. Ramos miraba a Pepe con cara de alucinado; Benzema se rascaba la cabeza; James simplemente deambulaba e Iker Casillas se hacía cruces imaginando la que se le viene encima. Cuatro goles, y frente a la Real, y con Keylor Navas al quite, y las hordas de revanchistas esperando el momento de zapatear sobre su cadáver.

Fue uno de esos momentos descomunales. Con esa magia que a veces regala el fútbol, cuando las velas que perfuman el funeral desatan una hoguera tremenda invocando el akelarre. Ha sido el justo castigo a la soberbia de Carlo Ancelotti, un técnico que decidió dar descanso a Cristiano Ronaldo en la certeza de que el resto de la tropa se bastaba y sobraba para derrotar a un rival desconcertado y depresivo. O no. Porque, ¿quién iba a pensar que con ese equipazo que plantó el Real Madrid podía acabar despedazado por un contrincante del tres al cuarto?

Anda el Madrid de sobrado, dejando escapar a Di María, figura clave en la consecución de la Décima, al Manchester United; o tolerando la fuga de Xabi Alonso, el arquitecto referencial, a las filas de su gran antagonista europeo, el Bayern de Munich. Ahora resulta que tiene pactado con el United la cesión del delantero mexicano Chicharito Hernández a modo de revulsivo, para momentos de ofuscación como el de anoche. Penúltimo movimiento del convulso mercado de fichajes que concluye hoy con anuncio de sorpresas, uno se pregunta: ¿moverá ficha el Athletic, con la Champions asegurada, un calendario abigarrado y la bolsa llena?

Radamel Falcao no estuvo ni convocado con el Mónaco y se intuye su inminente fichaje por el Manchester City. Fernando Llorente tampoco jugó con la Juventus ni un minuto y a lo mejor... Pongamos que regresa a la casa madre cedido, en plan bíblico, versión hijo pródigo, para echarnos una mano, como Chicharito, claro, porque a ver quién le tose ahora al gran Aritz Aduriz, irrefrenable goleador, pilotando el nuevo San Mamés, tan luminoso por dentro y por fuera, que aquella noche frente al Nápoles parecía una nave espacial despegando rumbo a las estrellas. Tendría que venir, eso sí, humilde, admitiendo que se le subió el pavo. Javi Martínez, de larga convalecencia, no está para cesiones; pero igual Fernando Amorebieta sí, con el Fulham, en segunda división, encantado como está de sacárselo de encima. No estaría mal otro central, pese a la súbita internacionalidad de Mikel San José, y además puede venir al pelo como lateral izquierdo, un puesto que conviene reforzarlo.

El caso es que me he dejado llevar por la calentura al compás de otro retruécano futbolístico. Miro atrás, al inmediato pasado, y resulta que apenas hay nostalgia hacia los que se fueron buscando medrar en lo personal, lo cual no sería reprobable si lo hubieran hecho con elegancia. El Athletic derrota al Nápoles con suficiencia y después lo hace también con el Levante, casi sin despeinarse, exhibiendo una eficacia descomunal. Ibai se reivindica exhibiendo un toque de balón exquisito. Valverde pone sobre el escaparate a Unai López, más futuro; Muniain da muestras de madurez mientras confirma su magisterio y Valverde persiste en su paciencia con Beñat.