El ébola debe su nombre al río en cuyas márgenes se detectó por primera vez un brote de esa fiebre hemorrágica. Ocurrió en Zaire (actual Congo) en 1976. Ese mismo año también se produjo otro brote en Sudán. Desde entonces han contraído la enfermedad alrededor de 4.000 personas, de las que han fallecido unas 2.500. Comparadas con otras enfermedades que asolan el continente africano, esas cifras son modestas. El Plasmodium de la malaria y el virus de inmunodeficiencia humana son responsables de muchísimas más muertes -se cuentan en ambos casos por millones- y han sido objeto, por ello, de mucha más atención científica y médica.
Pero el ébola da mucho miedo. Tras una incubación relativamente corta, aparecen los primeros síntomas: cansancio, falta de apetito, fuertes dolores de cabeza, fiebre alta, dolor abdominal y náuseas. Prosigue con diarrea y vómitos. En casi cuatro de cada diez personas los síntomas se quedan ahí, pero en más de la mitad la enfermedad avanza con erupciones en la piel, necrosis de hígado, riñón y bazo, hemorragias digestivas y pulmonares, coagulación sanguínea en múltiples lugares, fallo renal, dificultades para respirar, y muerte. El proceso es rápido, y como es sabido, no hay tratamiento ni vacuna que permitan curar o prevenir la enfermedad.
El brote actual se detectó como tal en el mes de marzo, aunque en diciembre de 2013 ya se había producido algún caso. Cerca de 1.500 personas han contraído la enfermedad este año, de las que dos de cada tres han muerto. Las autoridades sanitarias han llegado a declarar que el brote actual se encuentra fuera de control, y aunque según los especialistas se trata de una eventualidad harto improbable, no es extraño que hayan empezado a surgir voces que alertan del riesgo de que se propague fuera de África. Y lógicamente, eso ha hecho que aumente el interés público por la enfermedad y por la posibilidad de desarrollar una vacuna contra el virus. Pero no es fácil. Hasta ahora la incidencia de la enfermedad se ha circunscrito a zonas relativamente poco extensas y muy pobres de África, por lo que las compañías farmacéuticas no han tenido suficientes incentivos para invertir. Por otro lado, se trata de una enfermedad que cursa muy rápidamente, la mayoría de los casos se producen en zonas de difícil acceso, y desde que se producen los contagios hasta que son conocidos por las autoridades, pasa demasiado tiempo. Por ello, la investigación sobre el ébola no ha progresado con facilidad.
Es posible, sin embargo, que las cosas estén a punto de cambiar. Por una parte, los Estados Unidos han decidido impulsar una vacuna experimental que ha resultado ser bastante efectiva en macacos. Si se cumplen las previsiones, el próximo mes de septiembre serán vacunadas veinte personas y si todo marcha bien, el próximo año podría suministrarse a personal sanitario y personas con alto riesgo de contraer la enfermedad. Esa no es la única vacuna contra el ébola en desarrollo pero es la que ofrece las mejores perspectivas. Y por otra parte, el ejército de los Estados Unidos ha contratado, por 140 millones de dólares, a la farmacéutica canadiense Tekmira el desarrollo de un fármaco para tratar a los enfermos de estas fiebres hemorrágicas. El fármaco, llamado TKM Ébola, ha demostrado ser eficaz al 100% con monos. Y hay otras actuaciones en marcha.
La pregunta es ¿qué interés tiene el ejército norteamericano en combatir el ébola? Y la sorprendente, e irónica, respuesta es que se prepara para evitar que los virus que lo provocan puedan llegar a ser utilizados como armas biológicas contra su país.