En el corazón de la Amazonia se libró una bravísima batalla entre las selecciones inglesa e italiana, plena de emoción, rica en fútbol, salpicada de sudor y agonía, porque no es normal organizar un partido mundialista junto a la raya del ecuador y en una ciudad tan alucinante como es Manaos, con la selva y el agua acechando por todos sus costados, donde no hay un equipo de postín que rentabilice la utilización posterior de magnífico estadio.
Manaos creció y se llenó de riqueza, miseria humana, delirios y extravagancia gracias al árbol del caucho, hasta que en 1912 el explorador inglés Henry Wickman, el muy taimado, sacó de contrabando 70.000 semillas del árbol que prodigaba el látex, verdadero oro de la época, las hizo germinar en los Jardines Reales Británicos, y de allí se llevaron a Ceilán y a casi todo el sudeste asiático para su cultivo intensivo, mientras que en el Amazonia seguían dispersos por la inmensa fronda. El bellaco Henry Wickman terminó con el monopolio, y la suntuosa París de los trópicos cayó en una imparable decadencia.
Quizá hubo un candomblé o tal vez solo se trate de una extraña casualidad, pero un siglo después la selva se ha tomado cumplida venganza. Para empezar, el sorteo envió a los Pross a Manaos, preludio torticero de lo que ocurriría: pudo ganar Inglaterra, pero venció Italia en un partido para recordar, porque fue vibrante y sumamente entretenido, porque se jugó en Manaos, en medio de la jungla más inmensa, y la jungla se la tenía jurada a Sir Henry Alexander Wickham, el primer biopirata de la historia, a lo mejor no. A lo peor solo fue un fruto más de la casuística que tan bien supo reflejar Bujadin Boskov: "El fútbol es imprevisible porque todos los partidos empiezan cero a cero". El caso es que los bravos ingleses palmaron y tendrán que jugarse la vida en el Grupo de la muerte ante Uruguay, vigente campeón de América, tercero en el Mundial de Sudáfrica, que perdió contra todo pronóstico ante Costa Rica en Fortaleza, y ahí si que no me consta afrentas legendarias con los charrúas, sino que los hombres de Tabárez fueron de sobrados, marcaron primero, se dieron a la siesta y luego resulta que Joel Cambell, que hace un año menudeaba por el Betis, les volvió locos.
¿A qué les recuerda el sorpresón? Efectivamente. "España no ha hecho nada malo ni nada grave", señaló ayer Vicente del Bosque, a quien le sobrepasó de largo la libreta de Van Gaal y la autocomplacencia de sus famosos jugadores. ¿Y qué hará el marqués ante la final contra Chile? ¿Mirará a lo ojitos para saber quien tiene hambre de gloria y quien está saciado y sin físico? Dijo Del Bosque que medita hacer cambios, pero tampoco quiere señalar a nadie del estropicio descomunal frente a Holanda. Y si hace cambios, ¿no es eso señalar? Y si no los hace, ¿es que el brindis por los buenos tiempos y el inmovilismo le van a durar eternamente?
Está interesante el panorama, con la roja (española) asomándose al precipicio y sin margen de error. Sin embargo Ángel María Villar, presidente de la Caja Recaudadora-Real Federación Española de Fútbol (CR-RFEF), se frota las manos. Por un lado ya ha cobrado el pastizal de las empresas que patrocinan a la selección española (santa rita, rita..., proclama) y por otro se puede ahorrar los 720.000 euros por cabeza de las primas. Hoy resulta patético y contraproducente ver esos anuncios comparando el producto con el vigor y espíritu de la selección española. Pero son los campeones y será lógica su reacción. Lo estoy viendo: ¡un Brasil-España en octavos...!