Urkullu y la economía humanista
comencemos por lo esencial: las dramáticas consecuencias de la crisis económica constituyen la mayor preocupación de la sociedad vasca en general, que se convierte en zozobra y aflicción para quienes, habiendo perdido su trabajo, nada hay más urgente, necesario e importante que poder hacer frente a las demandas básicas de la vida diaria. No les pregunten por otras cuestiones (por muy relevantes que éstas puedan ser). Sufren el azote de una crisis y carecen de lo más elemental, incluido el alimento para sus hijos. Ven el futuro sin esperanza alguna. Ni tan siquiera les queda el consuelo de ser comprendidos por quienes viven de la política, que es tanto como decir que viven del dinero público, ergo de los impuestos.
He querido prologar esta columna con este escenario porque siendo, como es, indiscutible, cae en el olvido para muchos gobernantes y en demasiadas ocasiones. No obstante, hay excepciones que confirman la regla que son destacables y deben ser destacadas. Es el caso de Urkullu. Estructuró su discurso en el último Aberri Eguna como lehendakari de todos los vascos al poner en primer lugar la economía y el desarrollo humano que "entronca con el modelo de economía humanista y solidaria de la 'Europa social de bienestar'. Reivindicamos la Europa con alma, capaz de hacer frente a la especulación financiera. El 'modelo vasco de desarrollo' propone un triple compromiso en Europa".
Sí, es urgente que Europa recupere su soplo humanista, para abrir una puerta, o una pequeña ventana, a la esperanza de las miles de familias que sufren las más graves penurias. Urkullu trató de atenuar el desconsuelo de los más necesitados: "Os digo que como Lehendakari estoy sufriendo, porque sé que están sufriendo muchas familias y empresas vascas". Agregó que "merecen que miremos adelante". Pero no se trata de un pronunciamiento vacío de contenido, sino ajustado a la realidad social, porque previamente señaló: "Este Gobierno ha dicho la verdad desde el primer día. Dijimos que 2013 y 2014 iban a ser dos años duros".
Dicho lo cual, reclamó, como segundo punto de ese "triple compromiso", que "los 'rescatados' sean 'rescatadores'. Es momento de exigir una contrapartida a las entidades financieras para que devuelvan el esfuerzo público y ayuden a 'engrasar' la economía real. Que ayuden a rescatar empresas y familias a través del crédito. Es una contrapartida de justicia social".
Es posible que algún lector considere que estas palabras del lehendakari son obviedades que otros han podido decirlas con anterioridad. Es cierto, pero esos otros las acompañaban con políticas que sólo han contribuido a aumentar la deuda pública vasca, hasta el punto que, este año, "los intereses de la deuda que se generaron en ese momento, supone pagar 800 millones de euros, el doble de lo que es el destino de la Renta de Garantía de Ingresos (RGI)". También señaló que "ha llegado el momento y el tiempo de la gestión responsable de las cuentas públicas", de forma que "se adecúen los gastos a los ingresos, no gastando lo que no tenemos"
Cierto es que las presuntas obviedades de Urkullu deben ir acompañadas por hechos. La economía es poliédrica y muchos de los factores influyentes quedan fuera de la intervención política, máxime ahora cuando la globalización ha dejado en manos del capitalismo financiero el control del desarrollo económico mundial.
Pero esta declaración de principios humanistas y honestos es, cuando menos, esperanzadora y me recuerda la anécdota que me contó hace muchos años un periodista mexicano, testigo in situ de la llegada de Fidel Castro a La Habana (1 de enero de 1959), a quien el 'Che' Guevara le mostró un baúl lleno de joyas y dinero al tiempo que manifestaba: "Nosotros podemos meter la pata, pero nunca meteremos la mano".
Esta es la realidad, en medio de una grave e incontrolable crisis, cuando menos es obligado un ejercicio de honestidad y humanismo.