Violencia consentida
EN torno al 25 de noviembre,Día Internacional dela Eliminación de la ViolenciaContra lasMujeres,nuestros pueblos se llenan de actividadesy símbolos recordatoriosde esa lacra mundial que afecta amujeres de toda condición, puebloy nivel social impidiendo un adecuadodesarrollo de la humanidad,tanto desde el punto de vista socialy cultural como económico. Precisamentepor ello, en 1999, la propiaAsamblea de las Naciones Unidasdecidió ponerle fecha e incluir enlas agendas políticas internacionalesese terrible problema planetario.Sin duda fue un gran pasopara visibilizar un delito que, comoafecta a las mujeres, interesa quepermanezca oscuro e invisible a losojos de la mayoría.
El punto morado nos sirve estosdías para reivindicar su fin pero,¿tenemos conciencia real de lo quese dice con ello? Denunciar la violenciasexista va mucho más allá.Rechazar el asesinato machista, eltriste y dramático espectáculo dela agresión y el sufrimiento de lasmujeres sin ir a eliminar su origenno es suficiente. Su desapariciónpasa necesariamente por terminarcon el papel tradicional discriminatorioadjudicado a las mujeresen el sistema patriarcal, de tal formaque surjan modelos nuevos demasculinidad y feminidad.
Es verdad que la mayor parte dela gente siente sincera repulsa contraesa violencia extrema aunqueprobablemente no sepa que 700mujeres han sido asesinadas en elEstado español en la última década.¿Imaginan los titulares si sehubieran producido en otras circunstancias,véase terrorismo ouna catástrofe natural?
Hay violencia porque persiste ladesigualdad histórica entre mujeresy hombres; en las cosas grandesy en las pequeñas. Y realmenteson muy pocas las voces que enlos medios de comunicación socialo en los discursos políticos ponenlos puntos sobre las íes al serviciode la igualdad. Tenemos leyes contrala discriminación: la ley vascadel 2005, la estatal del 2007 o contrala violencia de género de 2004 sonun buen ejemplo de legislacióncoherente con los derechos y laigualdad de todas las personas.Pero, ¿de qué nos sirve todo esosin que se produzca una revolucióníntima e individual en cada uno denosotros y nosotras, así como unacolectiva de cambio de mentalidadque acabe con el rol desigual deunas y otros? Quedarnos en que yasomos iguales porque hay leyes esengañar para mantener la discriminacióny, por lo tanto, la violenciacontra las mujeres en sus múltiplesformas.
La realidad nos lo demuestratozudamente. Por ejemplo, ¿cómose explica que en la televisión o enlos periódicos se expongan sin ningúnrecato modelos que minusvaloranlas capacidades de las mujereso directamente nos ignoranequiparándonos a objetos? ¿Cómoes posible que no nos movilicemossocialmente ante el continuadoaumento de conductas machistasen jóvenes?
¿Cómo exigirles que no lo seancuando el 73,3% de ellos y ellasoyen habitualmente a personasadultas la barbaridad de “los celosson una expresión de amor”? Esotambién es un caldo de cultivo parala violencia de género.Sin cambiar la familia haciendoa sus miembros corresponsables,sin una escuela que refuerce modelosigualitarios, sin una visión distintaen los medios de comunicaciónque va desde el lenguaje nosexista hasta la eliminación depublicidad vejatoria como la deprostitución, sin, sin? no hay nadaque hacer.
Cada 25 de noviembre seguiremostiñéndonos de color morado,pero no servirá para nada si no eliminamosde raíz los roles socialesque nos quieren sumisas y dependientesde unos varones consideradossuperiores solamente por susexo.