Salió Toquero al campo y se armó la mundial. ¡Gaizka Toquero! la gran esperanza rojiblanca para revertir el sino del partido, el antídoto contra la apoplejía y la mezquindad futbolísticas. El último recurso. O sea, que Ernesto Valverde estaba tan ofuscado que sacó a Toquero, y la afición se puso cachonda, y jaleó su nombre con frenesí, y el partido se convirtió en una sofoquina, con once valencianistas que no entendían nada; ni sabían por dónde le daba el aire, con el balón amenazante cruzando como misil sobre su área, con lo bien que vivían hasta entonces.

Y seguro que Valverde lo hizo adrede, con toda la intención, el muy taimado. Aquello fue como echar gasolina al fuego, porque tres minutos después Mikel Rico, el obrero por antonomasia del equipo, lograba el gol de empate, poniendo a la hinchada con la adrenalina a tope y en posición rugiente, con el lehendakari corriendo como un poseso... ¡al abordaje mis valientes!

Resulta que el nuevo San Mamés se impregnó del espíritu del viejo estadio convertido en una fantasma de reciente acomodo, de tal modo que a poco que se le invoque acude presto en socorro de sus gentes.

Ernesto Valverde no tuvo otro remedio que acudir al akelarre para transformar un partido que definitivamente se le había escapado de las manos. Lo que hizo el Txingurri merece un análisis profundo. Primero cambió a Ander Herrera por Aritz Aduriz, seguidamente a Iturraspe por Beñat Etxebarria y luego a Muniain por Toquero. Es decir, borró del campo a sus más reputados peloteros y optó por las bravas para provocar un cortocircuito en el fluido juego valencianista, que definitivamente se había hecho dueño del partido. Rescató sin rubor alguno los códigos de Joaquín Caparrós para romper las líneas enemigas, alterando el pulso del partido hasta convertirlo en un galimatías: pelotazo y tentetieso, y que salga el sol por Antequera.

Pero antes de tomar esa controvertida decisión, Valverde dio otra vuelta de tuerca en su desconcertante búsqueda de un once de garantías. Devolvió a Laporte a su sitio natural, el centro de la defensa, y en la maldita demarcación de lateral izquierdo optó por darle otra oportunidad a Sivorit, y el chico está verde primaveral para tamaña responsabilidad.

También tuvo la ocurrencia de prescindir de Aduriz, pues al fin y al cabo y por estadística, en este equipo errático puede marcar cualquiera salvo el delantero centro, paradojas del fútbol; y a modo de solución transitoria situó de falso nueve a Oskar de Marcos, cuya principal virtud es como se sabe otra, sorprender al rival irrumpiendo en su área desde la línea de medios. El apaño funcionó en apariencia en la primera media hora, tiempo durante el cual este Athletic bipolar sometió al Valencia desplegando un fútbol fluido, pero sin tino con el gol.

Pero la falta de premio abrió las puertas a las dudas. El desconcierto. Aquello comenzaba a tener todas las trazas de Granada ¡horror!, con Iraizoz convertido en el héroe.

Tantos entrenamientos destinados a impregnar al equipo de un fútbol atractivo, de buen trato con la pelota; la seductora herencia de Marcelo Bielsa; los esfuerzos para fichar a Beñat; el reconocimiento internacional del que gozan Herrera o Muniain; la inequívoca intención de dotar a este equipo de alcurnia se esfumó como por encanto. El Valencia, un equipo referencial, esa pieza de toque ideal para calibrar la capacidad del Athletic para competir y aspirar por derecho a los puestos europeos, sentaba sus reales en San Mamés.

Entonces Valverde comenzó a descuartizar a su criatura. Fuera Herrera, fuera Beñat, fuera Muniain, los tres cambios reglamentarios. Adelante Aduriz, pues si se trata de pelear, lo hace como el que más, y a lo mejor suena la flauta y mete un gol; ánimo Iturraspe, porque a veces más vale lo malo conocido; ¡a por ellos Toquero!, el último recurso, el fruto de la desesperación.

La invocación funcionó. La furia volvió a San Mamés, Rico anotó empujando un balón de esos que previamente se envían con rabia a la olla a ver qué pasa y el Athletic amarró el empate, tirando por tierra principios y enseñanzas. Como diría el otro, así es el fútbol.