Debiera ser un apodo de quita y pon. Lo digo porque invocar a la pequeña Noruega en Olabeaga y en días como el de ayer, días en los que parece que toda la jefatura del infierno sube a tierra firme (vamos que hizo un calor de mil demonios...), es un contrasentido. Vamos, que los treintaitantos largos que cercaron a Bilbao, asfixiándole con un cinturón de plomo fundido, no los han visto ni en pintura en la patria de Munch, el de El grito; Amundsen, el explorador, y compañía. Vamos, que un país de raíces vikingas y que reclama como propia la Tierra de la Reina Maud, allá en la Antártida, no se pega esos sofocones.

Otro cantar es el calorcito que sienten los vecinos del barrio. Tras años de reclamaciones y de oscuridad en el túnel del olvido, comienzan a ver la luz. La rehabilitación que envuelve a muchos de sus edificios, la mejora del alumbrado o el ensanche de las aceras van a convertir a ese viejo hogar de estibadores y marinos mercantes en un barrio residencial y bohemio, algo chic, que diría un neoyorquino.

Ese acelerón prometido, que va cogiendo cuerpo, provoca la existencia de una Noruega con dos orillas, aquella donde la vida fluye de sol a sol, con los vecinos saludándose por su nombre, y esa otra de los recién llegados, atraídos por los cantos de sirena de uno de los rincones secretos de Bilbao.

Es curioso que aquel lugar de destierro -los grandes buques mercantes no podían avanzar aguas adentro y aquellas tripulaciones nórdicas se refugiaban en un barrio cercano, con un ojo vigilante y el otro dedicado a buscar sustento...- sea hoy una atracción de la ciudad. Tanto que incluso el parque infantil que asoma, a modo de balcón, a la ría, está coronado por una fantástica reproducción de un barco de vela. Hay que decir que en poco nada se parece a un barco vikingo, pero es un homenaje más a los orígenes del nombre. Un homenaje disneylandizado si se quiere, pero homenaje al fin y al cabo. La historia está cargada de estas paradojas. Se cursan visitas turísticas al hospital de los Inválidos de París o los campos de concentración de Auschwitz. ¿Qué dirán sus antiguos moradores?