El próximo miércoles el Tribunal Supremo revisará la condena de siete años y medio de prisión y quince años de inhabilitación absoluta impuesta por la Audiencia Provincial de Málaga al exalcalde de Marbella Julián Muñoz y al abogado y presidente del Sevilla, José María Del Nido, por el caso Minutas.
Del Nido explicó el pasado martes, durante una ofrenda floral a la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla e invocación del sevillismo, que él es inocente y que, como es lógico, cree en la Justicia, así que en consecuencia, dijo, está convencido de que saldrá absuelto del berenjenal en el que presuntamente estuvo metido aconsejando a los reputados chorizos marbellíes. Ahora bien, también cabe la posibilidad de que el Supremo le vea igualmente culpable de los delitos continuados de fraude, prevaricación y malversación de caudales públicos, con lo cual el mundillo futbolístico se quedará sin una de sus referencias durante una buena temporada, pues Del Nido, veterano dirigente, forma parte de esa estirpe en extinción de presidentes-farándula, aquellos tipos populistas que convirtieron el patio del balompié en escenario para la charlotada.
Del Nido, por ejemplo, estaba tan ricamente con su familia en Disneyland-París en agosto de 1995. Entonces era vicepresidente del Sevilla y ejercía de responsable de la cosa cuando el club fue excluido de la Liga de Fútbol Profesional y descendido a Segunda B por no presentar en tiempo y forma los avales para la reconversión en Sociedad Anónima Deportiva, según exigía la entonces nueva Ley del Deporte. Similar destino tuvo el Celta. Pero los dirigentes de ambas entidades sacaron en procesión a sus respectivas hinchadas y se montó tal follón que el Gobierno del bético Felipe González se acojonó vivo y en vez de aplicar la legalidad como Dios manda se echó para atrás, y la Liga de Primera pasó de 20 equipos a 22, mientras la de Segunda se estiró hasta los 24.
Con responsables políticos tan chapuceros (tampoco es que haya cambiado tanto el panorama) fue normal que proliferaran tipos como Ramón Mendoza, aquel presidente del Real Madrid que daba botes con los Ultrasur, manada de facinerosos que amamantó en su seno; o Lopera, don Manuel, con quien Del Nido porfiaba en chanzas y marimorenas; o el inefable Joan Gaspart, culé de rechifla y despilfarro; o el inefable Caneda en el Compostela, por no hablar de Jesús Gregorio Gil y Gil, el campeón del dislate, bajo cuyo amparo Del Nido inició sus asuntillos por Marbella.
Qué tiempos aquellos... Del Nido, sin embargo, cuando asumió la presidencia del Sevilla en mayo de 2002 quiso darle un tono solemne a su gestión. Sacó de la ruina al club y lo saneó económicamente; logró títulos y en consecuencia la admiración del sevillismo. A Del Nido se le subió el éxito a la cabeza, se puso altanero y ahí es donde quería llegar yo con este vacuo preámbulo: "Nos vamos a comer al león desde la melena hasta la cola", profirió en vísperas de aquella semifinal de Copa de 2009.
Qué partido, qué desmadre, y lo bien que lo pasamos, "¡Del Nido cómeme el rabo...!", gritaba el personal henchido de satisfacción.
A punto de inaugurar el nuevo San Mamés, el viejo se resiste a dormitar en el recuerdo y sigue tan vivo que a la que salta nos atrapa. Y si resulta que Del Nido puede acabar en chirona, enseguida nos acordaremos de aquella noche frenética, cuando el Athletic entrenado por Joaquín Caparrós se despojó de sus miserias y recobró el pálpito vital, clasificándose después de 24 años para una final de Copa, su torneo por antonomasia; recuperando en suma el orgullo y la autoestima tras unos años marcados por un pesimismo atroz.
La hinchada invadió San Mamés en tropel de puro contenta y ahí estaba Del Nido en el palco impertérrito, tragando... saliba, y sus palabras de petulante mercachifle.
Aquel partido marcó un antes y un después en la reciente historia del club rojiblanco. Y desde entonces no ha dejado de crecer: otra final de Copa, la prodigiosa singladura por la Europa League hasta toparse en Bucarest con el Atlético de Madrid. Aromas y sensaciones de tiempos pasados...
Pasemos página. Entramos en otra dimensión. Y qué buena pinta que tiene el nuevo San Mamés.