El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. La frase, tan tremenda, tiene un honorable propietario, Gabriel García Márquez, a quien se la pido prestada porque no encuentro otra más certera para ilustrar la noticia a la que acompaño. La información provoca una pregunta propia de este tiempo, cuando los jóvenes de 30 años tardan en abandonar sus casas: ¿Cuándo empieza la vejez? Hay quienes aseguran que la vejez arranca cuando uno comienza a decir "nunca me he sentido tan joven" y otros que responden que el asunto se pone negro cuando comienzan a enlatarte al son del tan temido ¡qué bien te conservas!

¿Qué duele más, ese otoño del calendario en que las hojas caen a toda velocidad o la soledad que conlleva ir ganándole metros a la guadaña, quedándose solo en esa estéril carrera hacia la inmortalidad ...? La soledad se admira y es deseable cuando no se sufre, pero parece evidente la necesidad humana de compartir cosas, eso debiéremos tenerlo claro. Ojo, no quiere decirse aquí que cumplida cierta edad haya de sacarse la bandera blanca de la rendición pero sí que debiera tejerse una red de protección.

Cuántas veces se ha dicho que la vejez no es sino una regresión a la infancia. Y, sin embargo, se le concede a una persona de edad avanzada la capacidad de decidir que quizás, por desgracia, ya no posea. Es dueño de su vida, por supuesto, pero me temo que en algunos de esos casos no es dueño de sus actos y eso debiera valorarse de alguna manera, aunque me temo que es una cuestión de fondo: no estamos preparados para relacionarnos con quienes ya han comenzado la cuenta atrás, hablan entre incoherencias, se mueven con dificultad o se cagan en la cama. Lo que en los recién nacidos nos parece una bendición en la recta de llegada nos resulta una condena, aunque solo pidan compañía, con el egoísmo propio de los niños. Lo dijo el poeta con duras palabras. Poned atención: un corazón solitario no es un corazón. Y máxime cuando pende del hilo de un marcapasos.