La probabilidad de ganar en el Santiago Bernabéu al Real Madrid se antoja tan improbable en estos tiempos que la cuestión se reduce al cómo. Al cómo se pierde. Por ejemplo ofreciendo una imagen más o menos digna, con gallardía, tal y como ocurrió con Marcelo Bielsa, con quien el Athletic regresó agarrado a un saco de goles (4-1 y 5-1), pero no sin antes proponer un espectacular desafío al gigante blanco. Todo el mundo decía: qué tíos más osados, kamikazes, que son unos kamikazes, mira que columpiarse sin red en el coliseo madridista. Y el hincha hasta se iba consolado del zafarrancho desencadenado por el Loco y sus huestes, eso sí, lamentado que cada pelota perdida en la línea medular (y fueron tantas) se convirtiera en el preludio de otro gol, porque, al fin y al cabo, ¿no se daba de antemano por asumida la derrota?

Los del Madrid también estaban encantados ya que, aunque les hacían sudar la gota gorda, la propuesta futbolística del rival encajaba como anillo al dedo a su letal capacidad de jugar al contragolpe.

Buscando el cómo, Ernesto Valverde también quiso imaginar al menos la derrota digna, y a ser posible con mesura de goles, e incluso la posibilidad de trabar la maquinaria del trasatlántico que patrona Carlo Ancelotti, que chirríaba en los albores de la temporada.

Había curiosidad, y mucha expectación. Tanto para tan poco. "Nos hicieron dos goles casi sin apretarnos. Es lo que más me duele", resumió el técnico rojiblanco tras admitir su más absoluto desencanto por cómo se produjo el cómo, es decir, dejando tras de sí una imagen de absoluta abulia. Bastaron un par de despistes descomunales, de Iraola al quedarse desenganchado cuando su compañeros de la defensa trazaron la línea del fuera de juego, y de toda la zaga en el centro al área de un balón lateral, para que Isco se consagrara definitivamente a los ojos del madridismo y para que Cristiano Ronaldo anotara su primer tanto de la temporada, aunque eso me parece que ya figuraba en los escritos: con once dianas ya es el madridista que más goles le ha marcado al Athletic en toda la historia, junto a los ilustres Puskas, Hugo Sánchez y Raúl.

Todo el entramado defensivo diseñado por Txingurri se vino estrepitosamente abajo con pasmosa facilidad, pero lo peor es que no hubo réplica. Poco o nada se supo de Aduriz, que ni olió el balón. Se advirtió sobre el campo a Susaeta por el impune sopapo que le arreó el matón de Sergio Ramos. Beñat Etxebarria no sabía si dar un paso atrás o dos adelante de lo perdido que estaba, e Iturraspe acabó poniendo de los nervios a Valverde. Muniain ofreció mucha voluntad, pero tarde o temprano acababa arrollado por el camión que conducía Khedira. Modric, que es chiquitín, creció al menos dos palmos mientras los nuestros encogían de puro aturdimiento.

Pasada la línea divisoria del campo la miradas buscaban la referencia habitual, el faro, la guía, pero él no estaba. O sí estaba, pero sentado en el banquillo, abrasado por el fuego de la noticia. Por el bando madridista Iker Casillas mostraba un rostro de resignación. Luego supo que lo suyo irá para largo con rivales así, incapaces de hacerle ni cosquillas a Diego López. Por el bando rojiblanco Ander Herrera mantenía la mirada perdida, consciente de la situación que había provocado. ¿Hasta qué punto solo fue un mal día o la suplencia forzada de Herrera por la oferta del Manchester United ha reventado la estrategia ensayada frente al Real Madrid y quebrantado el ánimo de sus compañeros?

A la espera de acontecimientos, de Herrera se sabe que antes era más zaragocista que La Pilarica, y que luego ni la vírgen de Begoña sentía más que él los colores rojiblancos, pero mientras ensaya letanías en honor a San Jorge es público y notorio que el United de ningún modo habría trasladado al Athletic una oferta sin el consentimiento previo del jugador, que ahora se encuentra inmerso en un enorme berenjenal.

Si es que sí, más de uno se sentirá traicionado, aunque reconforte los 36 millones que dejará en Ibaigane. Y si es que no deberá explicar convenientemente su flaqueza. Labia no le falta. Y es el diablo el que tienta...