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El primo de Zaragoza

El primo de ZaragozaPablo Viñas

Fernando Llorente anotó el gol del empate en La Romareda y contuvo sus emociones, lo cual dice mucho del bizarro futbolista riojano, pues en ese momento millares de personas estaban sufriendo verdaderamente a su alrededor. Fue un gesto solidario que dice mucho de su buen talante. Otros atribuyen su contención a razones familiares, ya que tiene un primo en Zaragoza al que quiere mucho y las pasa canutas por lo mal que chuta el equipo aragonés.

En cambio los de siempre, los mal pensados, afirman con rotundidad que el gol que marcó es de mercenario puro, porque Llorente está en el asunto por la pasta, y es por la pasta y el asunto por lo que también se marcha con cajas destempladas a otro club. Le importa un guano el Athletic y por eso no celebró, sino todo lo contrario. Puso cara como de fastidio, pero yo insisto: Si Fernando Llorente se quedó así, tan flácido, fue por conmiseración hacia el rival y sus gentes, que ven cernirse la negra sombra del descenso sobre sus cabezas. Eso, y lo del primo.

A fuerza de ser pulcros y correctos, o en su defecto seguir el predicamento agorero de Josu Urrutia, que se refugió en el punto que falta para escabullirse de nuevo en una rueda de prensa, no habrá más remedio que reconocer que el Athletic ha encontrado el camino de la salvación siguiendo la luminaria de Fernando Llorente. Cada gol le sale al club por un pico gordo, pero resultó clave el que anotó contra el Mallorca ocho días atrás y también el de ayer, que sirvió para igualar el marcador y meterle en un brete al Zaragoza, que no tuvo otra que acelerar con desespero en busca de la victoria. Bajó la guardia y creó los suficientes espacios para que por uno de ellos se colara De Marcos a modo de escapista mágico, y centrara la pelota al corazón del área para que Ibai rubricara de tacón el triunfo rojiblanco. La jugada en cuestión fue tan sublime que, sacada de contexto (el contexto de un partido infumable), entra por derecho en la galería monumental de la jornada y de la Liga.

O sea que el partido en cuestión, además de librar definitivamente de todo mal al Athletic, ha dejado un par de estampas la mar de lustrosas. Sobre lo demás (aproximadamente el noventa por cien del partido), mejor pasamos un tupido velo.

Lo cierto es que el Zaragoza tuvo la desgracia de toparse con un contrincante que, aunque no se jugaba nada (por mucho que se empeñe Urrutia en ponderar lo contrario), es pandereta, pandereta. Carece de malicia, no especula y va a lo suyo, es decir, a buscar la portería contraria con denuedo aunque deje descuajaringada su retaguardia por un mal pase (¡y son tantos!); y lo hace hasta el instante final, so pena de perder el partido acompasando el latido de su corazón ofensivo.

Ander Herrera maldijo su suerte, pues al Zaragoza lo tiene metido en el alma, y aunque no contribuyó excesivamente en la victoria, para qué nos vamos a engañar, bajó la cabeza acabado el partido y borró de su rostro cualquier síntoma de satisfacción. En algún momento también parecía que Gorka Iraizoz pensaba en otro apreciadísimo primo de Zaragoza, toda vez que realizó un despeje tan heterodoxo que casi anota un gol en su propia portería; y en otra acción de risa el balón se le escurrió entre los brazos en un disparatado intento por blocarlo.

No pasó nada grave y el Athletic se llevó los puntos, zarandeando y de qué manera la trama del descenso. La hinchada del Deportivo tuvo doble motivo de júbilo. Celebró su triunfo ante el Espanyol y jaleó al Athletic por cumplir de ley contra el Zaragoza, equipo al que cede gustosamente su plaza en la zona de descenso. Pero, por mucha penica que le entre, Ander Herrera conoce de sobra que si el equipo maño baja no habrá sido con la hoja de su puñal.