Con el punto sumado en Riazor, al Athletic solo le faltan seis para alcanzar los 42, cifra mágica que casi garantiza la permanencia en la máxima categoría, el objetivo marcado por un equipo que hace un año por estas fechas aspiraba a ganar dos títulos, la Europa League y la Copa, además desgranando un juego en muchas ocasiones deslumbrante. Cosas raras abriga el fútbol, que de la noche a la mañana cambia sueños por pesadillas.

Para que no quede en tan poca cosa el escuálido punto, merece la pena ensalzar la determinación del equipo rojiblanco, que salió al campo dispuesto a ganar el partido y dominó de cabo a rabo a un rival que estaba en racha, pues el profesor Fernando Vázquez y su brigada portuguesa habían engarzado cuatro triunfos consecutivos y tenían la moral por las nubes después de abandonar la última posición y al grito de ¡sí se puede! inflarse de karma positivo. O sea, que los puntos que volaron de Riazor por lo menos tienen un valor moral. Han ido a parar al cestaño en donde Marcelo Bielsa deposita las no victorias que por merecimientos debieron ser y nunca fueron, un tesoro que en su día el técnico cifró en la veintena. En tiempos de penurias aquí no se desperdicia nada, y mucho menos los triunfos virtuales.

Pero, ¿qué sucedió para que esos puntos morales pudieran haber tenido naturaleza contante y sonante? He aquí la cuestión. Según explicó después, Marcelo Bielsa puso en la balanza a Fernando Llorente y a Aritz Aduriz, notó como que pesaban lo mismo ("ni uno ni otro estaban para jugar el partido completo", dijo). Y entonces, al parecer, tiró la moneda al aire y salió cruz, la cruz de Fernando Llorente, y obviando la desidia largamente mostrada por el chicarrón riojano le ofreció la enésima oportunidad de reivindicarse, de recobrar la autoestima, de sentirse aquel futbolista de cuajo a quien tanto jaleamos. Es decir, que al técnico argentino le salió esa vena humanista que tiene y apostó por la redención de Llorente... y ¡acertó! ¿o no?

El futuro delantero de la Juventus necesitó ocho remates francos (con dos clamorosos fallos) para meter un gol, el segundo que protagoniza en 754 minutos disputados repartidos en 21 partidos de Liga. Es decir, que han transcurrido más de siete meses y 710 minutos sobre el terreno de juego entre el gol que marcó al Espanyol en el primer balón que tocó en el estadio de Cornellà-El Prat el 16 de septiembre de 2012 y el que ayer contabilizó en A Coruña; una apabullante exhibición de ineficacia para un futbolista que cobra tres millones y medio netos de euros anuales y decide dejar plantado al Athletic porque el equipo bilbaino se le ha quedado corto ante sus ínfulas de grandeza, tiene gracia.

¿Y qué habría pasado si al tirar la moneda al aire en vez de cruz sale cara, y en vez de Llorente hubiera salido Aduriz desde el inicio?

Teniendo en cuenta que es el delantero centro titular, lleva anotados 13 goles en el campeonato liguero, es uno de los hombres fundamentales del conjunto rojiblanco y sobre todo ha demostrado sobradamente su entrega a los colores, probablemente habría tenido las mismas ocasiones y a lo mejor también marcaba algún que otro gol.

Pero lo que sí es seguro es que Marcelo Bielsa se habría ahorrado la sensación de ninguneo hacia Aduriz en favor de una causa perdida como es Fernando Llorente.

Si la desconsideración de Bielsa hacia el delantero donostiarra resulta difícil de comprender, adquiere carácter de estrambote y humillación la decisión que adoptó cuando después de cambiarle por Llorente le sacrificó doce minutos después, con el partido estaba cercano a su conclusión, en aras del supuesto equilibrio táctico tras la expulsión de Iturraspe, a quien sí debería haber sustituido con antelación porque tenía una tarjeta amarilla y se veía venir la segunda, o en su defecto por pura precaución y sentido estratégico.

A toro pasado Bielsa, como hizo con Muniain en otra similar frente al Granada, volvió a disculparse públicamente para calmar su conciencia con palabras de bienqueda.

Y lo que pudo ser un triunfo tan merecido como liberador acabó convertido en sainete y con cierta sensación de amargura por la falta de escrúpulos del técnico argentino.

El siguiente capítulo nos trae al Barça para despedirse del viejo San Mamés con la mente puesta en su duelo continental con el Bayern. Se sabe que no podrán cantar el alirón por cuestión de minutos, pues justo a su término se disputará el derbi madrileño. Todo un consuelo.