No se le puede cabrear a este hombre, pues tiene mala calaña. Te la guarda, espera a la vuelta de la esquina y te le clava bien dentro. Luego se atusa el pelo y sonríe como un bellaco alborozado por la inquina provocada. Lo peor de todo es que el tipo es tan chulo, tiene tanta soberbia metida en el cuerpo, que además te avisa con tiempo de la pérfida jugada: ¡Eh tú, Aurtenetxe! te vas a enterar, le dijo al lateral izquierdo rojiblanco señalándole con el dedo índice y gesticulando con ademanes de matón.

Entiéndase bien el asunto. Cristiano Ronaldo no advertía de ninguna represalia personal. Estaba diciendo que a la próxima reventaba el partido, y el partido saltó por los aires con un remate de cabeza espléndido, pleno de vigor y determinación, burlando la vigilancia de Ramalho, a quien dejó en evidencia después de haber aguantado el tipo durante toda la primera parte, convirtiéndose en una de las gratas noticias que deparó la última visita del coloso Real Madrid al centenario y vetusto San Mamés.

Tiempos aquellos en los que el equipo blanco si ganaba lo hacía entre agonías, después de entablar batalla despiadada de principio a fin.

Ayer no necesitó recurrir a sus legendarios alardes de bravura. Simplemente Cristiano Ronaldo pilló un cabreo de aúpa, y tras pedir al (mal) árbitro Fernando Texeira Vitienes que se andara también con ojo, que le estaban tocando la moral con empujoncitos y triquiñuelas, decidió tomarse la justicia por su mano.

Ocurrió en el minuto 68 y entonces se acabó el partido. El Madrid agarró el segundo gol y el Athletic definitivamente se rindió, bajo los brazos preso de la impotencia y el encuentro transcurrió hueco y lánguido hasta su final.

Porque hasta entonces, hasta que el pollo portugués se puso farruco, el Athletic brindó uno de los momentos más brillantes que se recuerdan en esta gris y decepcionante temporada, y eso que empezó como el rosario de la aurora, con otro fabuloso gol de Cristiano al minuto de empezar la contienda que aplacó sus ansias, porque además fue de lanzamiento de falta, modalidad en la que últimamente andaba bastante flojo. El certero golpe serenó su alma. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene la Liga, donde al Madrid poco o nada queda por rascar? Hay que preservar el palmito para la Champions, pues es allá donde me aguarda la gloria, se dijo Ronaldo, que flotaba sin porfiar demasiado, hasta que comenzó a sentir los aguijonazos de Ramalho, su marcador, y los trompicones de un rival encendido por la trascendencia del partido (el último frente al Real Madrid en la vieja Catedral, su carácter de efemérides histórica; por la gente, esa afición entregada que aguarda piadosa la recíproca generosidad).

Ronaldo se cabreó tanto que todavía tuvo tiempo y arte para regalarle el tercero al Pipita Higuaín y sellar el encuentro con el mismo marcador que el año pasado, y el anterior, un rotundo 0-3, y rematarla saliendo poco después del terreno del campo con sonrisa de rufián, llevándose la mano a la oreja desafiando a la hinchada rojiblanca, que entonces salió de su letargo para despedir al verdugo con furia, sacando de las gargantas la frustración acumulada.

Comprobada con desolación la grandeza futbolística de Ronaldo fue irremediable la comparación con nuestro matador, que cubría la baja por sanción de Aritz Aduriz y tuvo ante sí la oportunidad de reivindicarse en un partido enorme, y en un escaparate universal por estar de por medio el Madrid galáctico, ¿o es que nadie ni nada le dio razones para cabrearse, tensar el músculo hasta encontrar la redención, aunque solo fuera por vergüenza o amor propio?

Le preguntaron después a Marcelo Bielsa sobre Fernando Llorente y las razones de su bajo rendimiento. El técnico argentino aclaró que su "forma física" es "de las mejores que ha tenido" desde que él es entrenador del Athletic, y con sutil gentileza ( ¿o era brutal ironía?) añadió que su "estado futbolístico sí está mermado". "No compite con la misma regularidad que en la parte más importante de su carrera" dijo, y añadió: "El problema de Llorente no es físico, sino de estado de forma deportivo y es entendible", dijo.

Incoloro, inodoro e insípido, Llorente acabó el partido departiendo alegremente con los rivales, lo cual nada malo tiene, sino al contrario, si no fuera porque no hay peor ofensa posible en el mundo del fútbol que la indiferencia hacia la propia afición.