En la undécima jornada y ante estos mismo rivales, Philippe Montanier y sobre todo José Luis Mendilibar salvaron la cabeza con las victorias de la Real Sociedad y Osasuna frente al Málaga en La Rosaleda (1-2) y contra el Espanyol en Cornellà-El Prat (0-3), respectivamente. Aquel triunfo transfiguró al equipo txuri urdin de tal forma que en los diecinueve partidos siguientes sólo perdió uno, ante el Real Madrid (4-3) en el Bernabéu, convirtiéndose en la auténtica revelación de la temporada. El pasado sábado se volvió a topar con el Málaga y le metió un buen meneo (4-2) sin necesidad de alardes, así que al simpático entrenador normando, que habla castellano como si forzara el acento francés en plan coña, le han subido al pedestal, con las ganas que le tenían allá por octubre, cuando la parroquia de Anoeta parecía el Orfeón Donostiarra pidiendo su dimisión.
Lo de Osasuna no es tan sorprendente e insólito, pero expresa uno de esos caprichos que hacen que el fútbol sea tan divertido. Resulta que en aquella jornada el bueno de Mendilibar estaba prácticamente despedido y se daba por hecho que Javier Aguirre, el técnico mexicano que dejó una profunda huella en el club navarro, regresaría a la Vieja Iruñea para reactivar al maltrecho equipo rojillo. Pero a Osasuna le va la marcha y necesita de situaciones límite para reaccionar. Y vaya si reaccionó.
Paradójicamente, poco después el Vasco Aguirre acabó dirigiendo al equipo que supuestamente debía haber condenado a Mendilibar para heredar su puesto, y con los blasones del Espanyol regresó ayer a Pamplona, se llevó la victoria aprovechando la monumental caraja de los rojillos y prácticamente certificó la permanencia perica en la máxima categoría futbolística.
Al contrario, Osasuna vuelve a las andadas, es decir, a flirtear con el descenso. Tras el partido, Mendilibar emitió un curioso diagnóstico sobre sus volubles muchachos: si la clasificación aprieta, se ponen bravos. Pero cuando se alejan del peligro, se tiran a la bartola.
Aunque el preparador vizcaino entonó el mea culpa por no mantener en alerta y vivarachos a sus jugadores en época de bonanza, no hay remedio posible: es el riesgo quien alimenta el espíritu combativo de los navarros, y en ese contexto se entiende la enorme pifia de Kike Sola, que falló un gol cantado; de esos que provocan el sonrojo y la desolación del protagonista (véase la estampa de arriba, con el delantero pamplonés tapándose la cara, ¡tierra trágame!, y los parroquianos de atrás llevándose las manos a la cabeza mientras gritan: ¡¡ahí va la...!!).
Si Kike Sola hubiera anotado aquella enorme oportunidad otro gallo bien distinto habría cantado y seguro que los pericos salían desplumados del Reyno de Navarra. Sin embargo ese no gol pasará a la historia cutre del esforzado atacante, aunque no se lo tendremos en cuenta cuando probablemente fiche el próximo verano por el Athletic para llenar el hueco que dejará el prófugo Fernando Llorente.
No es que sea un portento pero Sola, que ya estuvo en Lezama cuando crío y tuvo que marcharse por no convencer a los técnicos, lleva anotados nueve de los veintiséis goles de Osasuna, sabe asociarse bien con sus compañeros, es un tenaz luchador, ha madurado y atraviesa el mejor momento de su carrera.
Resulta curioso cómo se asume la tocata y fuga de Llorente y el compás de espera hasta que termine lánguidamente la temporada y emigre al frío Turín. El pasado lunes frente al Granada, Marcelo Bielsa recurrió al apolíneo delantero navarro no para buscar el gol, virtud que antaño le hizo rico y famoso y cuya urgencia ya había solventado Aduriz, sino para tapar huecos, en plan chico de los recados. Para lo importante, anotar goles, se ha vuelto objetor de conciencia, o le importa un pimiento.
Idéntica orden recibió Iker Muniain, pero él no está para papeles de actor secundario. Lo malo es que tampoco está para ejercer de Marlon Brando, así que el preparador argentino optó por sustituirle con harto dolor de corazón.
A ver por dónde sale hoy en Sevilla, donde jugará de titular. Mientras tanto nos encomendaremos a Gorka Iraizoz, en cuya cabeza se ha posado el Espíritu Santo en forma de lengua de fuego, y eso que aún no es Pentecostés, insuflándole como en su día hizo con los palurdos apóstoles el don de lenguas y la inspiración para detener los envenenados balones que lanzan los del equipo contrario.