Marcelo Bielsa volvió a mentar una especie de justicia divina para medir los partidos en función de los merecimientos contraídos por uno y otro contrincante, de lo cual se deduce en buena ley que el Athletic va de mal en peor. "Tanto frente a Osasuna como ante el Valencia los resultados nos han favorecido exageradamente", advirtió el Loco, con lo contentos que estábamos con esas dos derrotas morales transfiguradas en victorias contantes y sonantes, y la ilógica con la que tantas veces se glosan los acontecimientos futbolísticos. Las pasamos muy puñeteras en la segunda parte, como en un sinvivir, pues tras el subidón con el que jaleamos el gol de Iker Muniain vimos dentro el balón que remató Roberto Soldado a un palmo de la portería rojiblanca, y sin embargo la pelota ¡oh, milagro! hizo un extraño y saltó con trazo burlón por encima del travesaño. Comprobamos desolados que el Athletic volvía a descuajaringarse o que Feghouli hacía estragos en la zaga bilbaina, aunque no pudo consumar sus aviesas intenciones; y padecimos el susto que nos dio Aurtenetxe cuando estuvo a punto perpetrar un autogol.

Y mientras se sucedían episodios terroríficos, con la hinchada gritando desaforada el ¡ay amá!, resulta que se acaba el partido, el Athletic sale de rositas del entuerto y el personal abandona San Mamés resoplando de gusto, después de vibrar y sufrir con tanto sofoco, emoción y angustia, a la busca de un vermú reparador.

Hay que ver lo puñetero que es el fútbol. Siguiendo el rastro de las cuentas hechas por el técnico argentino y una vez descontados los inmerecidos seis puntos de los 20 que según sus cálculos le debe al Athletic la justicia divina y que volaron por capricho de algún diablo cojuelo, ahora el equipo rojiblanco debería tener 43, o sea, a un punto de la cuarta plaza; de la zona champions.

Visto de este modo, bajo la mirada mágica del Loco Bielsa, y realizado un poderoso ejercicio de abstracción, a uno se le cambia el semblante con la nueva perspectiva. Es decir, que el viaje del Athletic por la temporada lejos de ser horrible está siendo estupendo si dejamos al margen, pelillos a la mar, la eliminación copera ante al Eibar y el fiasco europeo.

Pero hay un lado perverso en esta fantástica visión de la jugada. Por ejemplo, los parroquianos deberían haber desfilado del viejo San Mamés cariacontecidos; avergonzados por el inmerecido triunfo e incluso pidiendo disculpas al bueno de Ernesto Valverde, que de nuevo volvió a sucumbir en la Catedral, al igual que años antes lo hiciera dirigiendo al Espanyol o Villarreal.

¿Y qué me dicen de Gorka Iraizoz, el indiscutible héroe que con su inspiración se interpuso entre la justicia divina y la verdad verdadera?

Peor aún: ¿cuántos de esos 20 puntos que antes volaron al limbo lo fueron por culpa de sus irritantes desaciertos y proverbiales meteduras de pata? ¿Y cómo vamos a decir eso del guardameta navarro si los controvertidos seis puntos que han servido para desterrar el fantasma del descenso lo son gracias a su buen hacer bajo los palos?

Metidos en vereda, ¿acaso no sería coherente que Fernando Llorente (y le cito como podía haber mentado a cualquier otro) devolviera parte de la ingente cantidad de dinero que gana sin merecerlo en función de su pobre labor en el campo de juego y fuera de él y se lo dona a una ONG?

En terrenos escabrosos ha entrado nuestro querido Bielsa en su empeño de ponerle cascabel al proceloso mundo del fútbol, que no entiende de lógica, es propenso a las sorpresa y al disparate y por eso mismo nos encanta tanto.

El Athletic-Valencia, además de tres puntos de sumo valor, nos ha dejado notables referencias. Desde luego la del propio Iraizoz, que ha retomado el puesto tras aquellos dos partidos en la suplencia mostrando una solvencia considerable.

A la espera de saber si ha sido un espejismo o no, el partido rehabilita a Iker Muniain, que después de calentar banquillo anotó un gol de bandera. También confirma a Ibai Gómez, que se está ganando la titularidad a pulso por garra, entrega y argumentos balompéticos. Nos incita a darle las gracias a Fernando Amorebieta por su desafecto y molestias, imaginarias o reales, pues su ausencia está sirviendo para consolidar a Aymeric Laporte en la defensa rojiblanca, así que ya se puede ir con viento fresco a donde sea cuando termine la temporada. Sobre todo el resultado consolida al Athletic en tierra de nadie, un pobre consuelo a la espera de que algún día recobre aquella fascinación que supo darnos.