Tras el partido y con su solemnidad habitual Marcelo Bielsa dijo: "Los parámetros que se utilizan para evaluar los merecimientos no favorecen al Athletic", porque Osasuna ejerció el dominio y duplicó sus llegadas a gol.
Teniendo en cuenta que cuatro días antes había expuesto que el Athletic debería tener veinte puntos más en función de los merecimientos y su aquilatado sentido de la justicia me temí lo peor. Recordé el tórrido y convulso verano, aquel día en el que el técnico argentino convocó a los medios de comunicación a título personal para contar que se había denunciado a sí mismo por tratar "como un salvaje" al jefe de obra de las controvertidas reformas de Lezama, ya que el susodicho perjudicado por su incontenible acceso de ira renunció a delatarle "presionado" por la empresa o el club, según afirmó, dejándonos a todos con la boca abierta por tan valiente revelación.
Consultadas las actas arbitrales y anexos del partido Osasuna-Athletic no figura impugnación alguna del mismo en función a los méritos contraídos u otro sucedido más allá del meramente contable, y solo se refleja los puñeteros caprichos de la pelota, que tuvo a bien entrar una vez en la portería rojilla y ninguna en la rojiblanca, para redención momentánea de Gorka Iraizoz, que más pancho que una mula se colocó bajos los palos como si nada hubiera pasado y se convirtió en elemento fundamental de una victoria que templa gaitas, ánimos y corazones.
Sin embargo yo me imagino al bueno de Marcelo Bielsa conturbado y con la moral por los suelos porque esa "victoria imprescindible" se fraguó de aquella manera, tras un partido infame, y más aún cuando ahora se rescatan, como para pasárselas por los morros, las palabras que sobre el mismo escenario clamó su antecesor, Joaquín Caparrós, "déjate de imagen, ¡clasificación, amigo!", tras un resultado semejante, y también de aquella manera, y para más inri logrado en el último minuto, para escarnio de Osasuna, y con un gol marcado por Iker Muniain, que encima no se le ocurrió otra cosa al mozo que celebrarlo regodeándose ante sus paisanos, de ahí que la afición osasunista le quiera tanto.
Aquel partido, disputado hace dos temporadas, acabó 1-2. El otro gol lo anotó un tal Fernando Llorente.
¿Se acuerdan de él? ¡Qué tiempos aquellos...!
Llorente también jugó (estuvo) un buen rato el sábado como recurso desesperado. No hay comentarios.
Si entonces Caparrós acabó más contento que unas pascuas en función de su ideario futbolístico, donde sobre todo predomina e importa el resultado; Bielsa me parece que terminó no sé si deprimido, pero desde luego triste y muy contrariado. Todo aquello que con tanto ahínco sembró y brotó lozano sobre tierra fértil hace un año no apareció en ningún momento en el Reyno de Navarra, y solo un golpe de fortuna, consecuencia de la clase que atesora Markel Susaeta, definió el partido, poniendo sordina a las intrigas, miedo al abismo y pesimismo generalizado entre una hinchada que hace tan poco se columpiaba en la nube.
No corren tiempos para la lírica en el Athletic, cuyos jugadores saben que el triunfo en la Vieja Iruñea fue una casualidad y que a partir de ahora se abre una tregua, que puede ser efímera si el próximo domingo ante el Valencia vuelven a jugar sin espíritu ni plan; como una banda, y lo que es peor, pierden.
Fue un fin de semana extraño. Porque el Real Madrid volvió a poner en evidencia al Barça, que no es poco. Parapetado en un equipo de circunstancias y la ultradefensa, le bastó con el vigor contagioso de Cristiano Ronaldo cuando salió en la segunda parte, mientras de Messi apenas se supo; y hubo un Málaga-Atlético de Madrid castaña pilonga, con todo lo que se esperaba de él.
Real Sociedad y Betis, en cambio, respondieron a la expectación creada dibujando un partido sin concesiones, confirmando que han cogido esa buena onda que les da derecho a soñar con Europa.
La próxima temporada probablemente tengan plaza hasta ocho equipos, si finalmente se ratifica la sanción al Málaga. Resulta que ahora, cuando más barato está el billete continental para exhibir con orgullo al mundo la nueva mansión de San Mamés, el Athletic palidece de espanto ante la eventualidad de un descenso y malamente aspira a terminar en tierra de nadie y de nada.
Sin embargo aún hay partidos y tiempo por delante. Se lo deben a esa hinchada única. Tan paciente.