el debate en torno a nuestro andamiaje institucional parece definitivamente abierto y ha perdido ese sentido totémico, casi de temor reverencial, que impedía abordar con la necesaria calma la reflexión sobre el futuro de nuestro autogobierno ad intra y ad extra, es decir, afrontar la actualización y modernización del reparto, distribución competencial y de poderes entre las instituciones forales y las instituciones comunes (el Gobierno y el Parlamento Vasco), por un lado, y su proyección externa en su relación con las competencias del Estado y su inserción en Europa, por otro.
Nuestro sistema, y no es una reflexión retórica, está anclado y sustentado en la conservación, modificación y desarrollo de los derechos de nuestros Territorios Históricos. Eso nos diferencia del resto y ampara el crecimiento orgánico (en palabras del propio Tribunal Constitucional) de nuestro sistema. El ejemplo de frustración catalán, su deseo de mimetizar (ahora sí) nuestro modelo de Concierto Económico, y sobre todo nuestra condición de autoridad Comunitaria en aquellos ámbitos de competencia exclusiva como el de la fiscalidad sientan un suelo, un campamento base competencial que permite seguir avanzando en la modernización y desarrollo de nuestro entramado competencial e institucional sin que ello represente un agravio ni un trato de favor frente a terceros.
Perder esta enorme potencialidad competencial, difuminar esta singularidad que nos ha permitido, entre otros avances, disponer de herramientas propias de construcción social, de integración social, de riqueza industrial o de desarrollo de nuestra cultura supondría un error irreversible e inentendible por generaciones futuras, para las que debemos trabajar y en las que debemos pensar si queremos civilizar el futuro por encima de coyunturas económicas y sociales tan duras como la actual.
Frente a propuestas catárticas que pretenden poner el contador a cero y dar la vuelta al sistema, frente a planteamientos ocurrentes, ingeniosos pero inconexos, frente a maniqueísmos que califican nuestro sistema como anquilosado o de Antiguo Régimen y que reivindican su superación, debe imponerse la prudencia y la labor silente, callada pero activa orientada a avanzar en dos direcciones: la profundización de una labor de coordinación institucional mayor y la modernización pautada del sistema.
Los tres Territorios históricos son realidades políticas, sociales, demográficas, industriales e incluso culturales asimétricas y heterogéneas. Eso no debe ser visto como un problema. Es una realidad viva, que aporta riqueza y diversidad a un todo común integrado en la dimensión institucional que conocemos como Euskadi y que se adscribe a su vez dentro de una realidad suprapolítica llamada Euskalherria. Lograr la coordinación no jerarquizada de esta diversidad sin hacer tabula rasa, sin renegar de un sistema de base confederal, como es el nuestro, es la clave de futuro.
En muchas cosas cada Territorio Histórico seguimos siendo una especie islotes, un archipiélago integrado por tres territorios inconexos que no optimizamos el recurso al auzolan institucional, al trabajo en común. Y queda mucho por hacer. Pero pretender descubrir una nueva América en Euskadi mediante el atajo y el señuelo de la eliminación de la complejidad supondría privarnos a nosotros mismos de la capacidad competencial necesaria para seguir asumiendo con eficacia los retos de futuro como sociedad.
Los trabajos de reforma y de actualización del Estatuto de Gernika pueden ser un buen punto de partida para proyectar este imprescindible equilibrio entre el respeto al sistema competencial y su modernización. Demasiadas veces construimos con energía negativa nuestros discursos, pensando en el enemigo externo, y nos olvidamos que el primer paso ha de darse en clave interna, superando nuestros complejos y nuestras absurdas rivalidades interterritoriales para pasar a ser más fuertes, más País, más cohesionados, más unidos en la diversidad. Ojalá el debate ahora abierto sirva para avanzar en esta dirección, sin desnaturalizar el sistema, ayudando a mejorarlo, a optimizar sus potencialidades y no a destruirlo, porque ello supondría debilitar nuestra realidad como nación.