cuando el Athletic comenzaba a dar síntomas para la esperanza, van sus jugadores y la pifian con tanto estrépito que definitivamente han dejado al aficionado con la moral por los suelos. Así es imposible mantener la más mínima ilusión en alcanzar algún objetivo, que es de lo que se trata en este invento, salvo que la meta consista en adocenarse en la tabla clasificatoria, sin aspirar absolutamente a nada, y mirando con el rabillo del ojo a los de abajo por si espabilan demasiado.

Así han quedado las cosas tras el desmedido castigo recibido ante un rival catalogado de modesto, como es el Espanyol, que ha sabido reaccionar tras el cambio de entrenador, de tal forma que desde la llegada de Javier Aguirre el equipo blanquiazul ha sumado trece de los quince últimos puntos disputados. Tan briosa reacción surgió además cuando al uruguayo Stuani, autor del tercer gol en plena sintonía con Gorka Iraizoz, le colocaron la aparatosa máscara que cubre su cara, coincidencia que ha convencido a los pericos de que la careta es una especie de talismán. El fetichismo tampoco es nuevo por aquellos lares desde que al legendario guardameta camerunés Tomas N'Kono se le ocurrió sembrar ajos junto a la portería y semejante acto de superchería al parecer tuvo efectos mágicos.

A mí, que soy bastante escéptico con estos asuntos, aquel sucedido me parece estupendo a modo de anécdota, pero la máscara de Stuani me lleva directamente al Carnaval, que es en la que estamos. Carnaval bullanguero por las calles y carnaval polichinela en el viejo San Mamés, con Iraizoz disfrazado de Papá Noel, ¡oh, oh, oh...! portando un saco lleno de regalos y abriendo un desfile de mozos mayormente caracterizados de hermanitas de la caridad.

Marcelo Bielsa lo dijo de otra forma, advirtiendo de antemano que le daba hasta apuro nombrar unas circunstancias que se repiten con reiteración: el Athletic adolece de contundencia ofensiva y sobre todo defensiva, como indican los 46 goles en contra acumulados, cifra solo superada por el colista de la categoría, el Deportivo, que lleva 51.

Es decir, que el trabajo cotidiano que se realiza en Lezama de poco sirve a la hora de la verdad. Por eso cargar las tintas en Iraizoz resulta ocurrente porque está muy expuesto al fracaso del colectivo, que cada vez que pierde el balón da demasiadas ventajas al contragolpe del rival. Con poquito, tan solo cinco ocasiones, el Espanyol marcó cuatro goles. Disponiendo de diez, el Athletic no acertó ni una. Pero entre una circunstancia y otra Iraizoz se ha convertido en un elemento desestabilizador. Transmite inseguridad a sus compañeros y ha sido sentenciado por la hinchada, que ya no le perdona ni una.

Se lesionó Muniain, y luego Ibai Gómez, y lo que había en el banquillo a modo de alternativa para alterar el curso de los acontecimientos era desolador. Por eso fue inevitable acordarse de los ausentes y más fácil visualizar a Fernando Llorente debajo de una gorra y pasándolo bomba en las gradas del Buesa Arena, recinto al que acudió junto al blaugrana Xavi Hernández para jalear al Barça frente el Real Madrid, en el partido que abrió en Gasteiz la fase final de la Copa de baloncesto.

Llorente, que solo ha anotado un gol, precisamente frente al Espanyol y nada más pisar el césped en el partido de la primera vuelta liguera, se recupera cadenciosamente de una enigmática lesión, y resulta que Fernando Amorebieta regresó del bolo que jugó con Venezuela con dolores de espalda, ya es casualidad.

Es una afrenta comprobar que dos de los jugadores más reputados y desde luego mejor pagados no le sirven al Athletic para nada, certeza que en estas circunstancias de derrota indigna todavía más.

Al cuarto de hora, De Marcos tuvo una de sus habituales llegadas en la zona de remate sorprendiendo a la defensa rival, pero como en otras muchas ocasiones golpeó mal al balón desperdiciando una clara oportunidad de gol. Me vino a la cabeza: quizá es mejor así, porque si encima tiene pegada seguro que también se le sube el pavo y, como a Llorente o Amorebieta, el Athletic se acaba convirtiendo en un equipo provinciano y pequeño para tanto virtuosismo.

Es decir, que como nunca antes los buenos del equipo están bajo sospecha, y casi hay que someterles a un auto de fe para comprobar hasta qué punto alcanza su entrega a la causa rojiblanca, como hacían en tiempos telúricos los cristianos viejos con moriscos y judíos conversos.

Soplan vientos huracanados, la mar se encrespa, la nave zozobra y estamos de carnaval. Disfracémonos pues de bucaneros, pues no queda otra que gritar: ¡Al abordaje...!