¡Viven!
Me da la impresión de que habrá un antes y un después a este partido y probablemente regrese el fútbol exquisito que embriagó y sedujo a la afición en una memorable campaña, concluida con sendas derrotas en las finales de Copa y la Europa League y los posteriores desafueros cometidos en aquel alucinante verano que desencajaron un proyecto cargado de esperanza.
La recuperación del Athletic comenzó a notarse el pasado lunes frente al Betis y tomó cuerpo ayer, con una convincente victoria frente al rival canalla que destrozó en Bucarest los sueños de grandeza acunados a lo largo de tan ilusionante temporada.
O sea, que ¡están vivos!, y han recuperado la gracia futbolística y el espíritu competitivo. Han sido capaces de acabar con su portería inmaculada de goles, ¡aleluya!, y encima aguantaron como jabatos la estopa que repartió el Atlético de Madrid, un equipo que rasca y pierde, y al final se funde en un entrañable abrazó con el contrincante, reconociendo con deportividad la tunda más abrasiva que han recibido en toda la temporada (Barça al margen, naturalmente).
Vencer así al Atlético de Madrid, con tanta carga de emoción y pasión, sabe a revancha y purifica, como la catarsis de la antigua Grecia. Renace el Athletic, deja atrás siniestras sombras y ahora tan solo hace falta que ratifique su transfiguración frente al lumpen de la categoría, es decir, que también sepa como ganar al Valladolid o Espanyol, los dos próximos rivales, pues será entonces cuando se podrá hablar de auténtica primavera.
Al fin y al cabo lo que ha hecho el Athletic es ganar por fin un puñetero partido, algo que no sucedía desde el pasado 16 de diciembre, cuando el conjunto de Marcelo Bielsa venció al Mallorca de Caparrós con un gol de Aduriz y porque a Gorka Iraizoz se le apareció la virgen.
El controvertido portero rojiblanco volvió a ser providencial contra el Atlético de Madrid, lo cual hay que destacar, pero desde aquella a ésta las ha pifiado tanto que sigue en cuarentena hasta que demuestre regularidad, que es lo que se le exige mayormente a un guardameta.
Y como no hay mal que por bien no venga, también se ha notado la eliminación del Athletic de la Copa y de la Europa League, tareas que dan prurito, pero que también desgastan físicamente a una tropa justa de futbolistas de cuajo y de moral como es la rojiblanca.
Con Herrera lúcido al mando, San José ha encontrado su sitio en la nueva demarcación. De Marcos recupera el ritmo de cabalgada y llegada a situaciones de gol y además anota. A Muniain y Susaeta aún se les espera, pero comienzan a recuperar esa gracia que les encumbró en el negocio hace un puñado de meses. Iraola se acerca a su mejor versión y el neófito Aymeric Laporte lleva camino de sepultar a Fernando Amorebieta, a quien se le ha subido el pavo a la cabeza y que le vaya bonito en su nuevo destino, si finalmente no renueva.
El Atlético de Madrid echó en falta a Radamel Falcao, su megastrella y fino goleador, y el Athletic no echo en falta a Fernando Llorente, el otrora imprescindible, convertido en una figura evanescente.
Casualmente, la víspera tuvo una torcedura de tobillo justo cuando ya es oficial la firma del sustancioso contrato que le unirá por los próximos cuatro años a la Juventus de Turín. Me vino a la memoria una película en la cual un sargento se autolesiona para evitar su presencia en el frente de batalla, y con eso no quiero decir, válgame el cielo, que el delantero riojano haya maquinado algo semejante para eludir la hipotética reprobación de la hinchada, más que nada porque ya tiene asumida su interinidad, pasa de todo, salvo a la hora de cobrar su jugoso sueldo, y pongamos que son casualidades de la vida.
Víctor Valdés también anunció su intención de no renovar por el Barça cuando termine su contrato en 2014 y sin embargo ayer recibió la ovación de la afición culé.
La diferencia entre uno y otro caso reside en una cuestión de ética, de sinceridad. El portero azulgrana quiere buscar nuevas experiencias en la recta final de su carrera, porque es imposible medrar más alcanzada la titularidad en el Barça. Fernando Llorente, en cambio, jugó en todo momento con la falsedad, ocultando su verdad absoluta: quería marcharse porque el Athletic se le había quedado pequeño a su cuerpo serrano. Para justificarse echó la culpa a la prensa por predisponer al hincha en su contra, falacia que duele especialmente, pues es como llamar al socio tonto a la cara.