Hace un año
Hace un año por estas fechas Caparrós se disponía a visitar San Mamés con el Mallorca, en los cuartos de final de la Copa, con el consiguiente morbillo que tenía el asunto entre un hinchada por lo demás sobrexcitada con el frenesí imperante. Partidos el sábado o domingo, y después el miércoles o jueves. Aquello era un empezar y no parar de fútbol, y buen juego, y triunfos, y la gente estaba contentísima. Con el Athletic imperial en su trayectoria europea y imperturbable en la singladura copera, ya se adivinaba la eventualidad de una final de Copa y en lontananza una eliminatoria con el mismísimo Manchester United, lo cual parecía la repera y por aquel entonces como una barrera infranqueable.
Un año después, diez días separan un partido del siguiente, lo que va del choque del pasado viernes ante el Rayo Vallecano y el próximo, frente al Betis, el lunes que viene. ¡Horror! ¡Diez días sin pan ni circo!
Con tanto tiempo de asueto y los enanos crecidos como bigardos, ¿qué se puede hacer para cambiar el rumbo de los acontecimientos sin caer en la más honda de las depresiones?
Algunas ideas al respecto han comenzado a circular. Hay quien piensa que a los chicos les vendría bien unos días de relajo en el Caribe para que liberen sus atribuladas mentes. Otros optan por someterles a ejercicios espirituales bajo la norma jesuita, lo cual me parece excesivo y urdido con mala leche.
"La tristeza debería servir de acicate para revertir lo que nos aleja de ser felices", dijo Marcelo Bielsa la víspera del Athletic-Rayo. Concluido el partido, los muchachos salieron de San Mamés en cohorte plañidera, llorando a lágrima viva en un desconsuelo absoluto.
¿O no?
Tras sumar su tercera derrota liguera consecutiva ante equipos de escaso pelaje, caer en la Copa frente a un rival de Segunda B y acabar expulsado de la carrera europea en un grupo de chichinabo, hay una evidencia incuestionable que ha terminado por despejar el objetivo que tiene ante sí el Athletic: la pelea por eludir el descenso. No hay otra, y lo peor del caso es que nos acordamos de lo satisfechos que estábamos hace un año; y aún peor es comprobar el ejercicio de autodestrucción que ha llevado al equipo rojiblancos a la vulgaridad más absoluta. Desde la asombrosa controversia por la obras de Lezama hasta el culebrón de Fernando Llorente, un quebranto que sigue enquistado en la entraña, pues sigue a nómina del club y cuando se le necesita en situación de apuro, el delantero comparece en San Mamés en medio de la bronca, desganado y con un problema mental tan agudo que ya es incapaz de marcar un gol por muy a huevo que lo tenga, como volvió a ocurrir frente al Rayo; y por si fuera poco, Amorebieta se ha sumado al festival de despropósitos, exigiendo una renovación tan extemporánea que parece un insulto a la humanidad, con el personal pasándolas putas para llegar a fin de mes.
Amorebieta, al parecer, se le ha subido tanto el pavo a la cabeza que se cree el mismísimo Beckenbauer, pero otro tanto se puede decir de toda esta tropa de jóvenes futbolistas elevados a los altares hace unos meses, incapaces de digerir la súbita internacionalidad de muchos de ellos, la fama consiguiente, las loas desmedidas y la consecuencia del éxito sobrevenido: la condición de millonarios prematuros.
Enfatizo esta última certidumbre porque al Athletic le ha eliminado de la Copa el Eibar, y en Liga ha encadenado derrotas con el Zaragoza, Levante y Rayo, equipos compuestos por jugadores humildes, pero muy conscientes de lo mal que está el curro, que no tienen otra para subsistir que dejarse el alma sobre el césped cobrando la mitad de la mitad, o menos, de lo que perciben los privilegiados futbolistas rojiblancos, los cuales sacan provecho o abusan de la singularidad del club, al que sin embargo dejan en la estacada cuando el éxito individual les alcanza o piden sueldos de crack mundial para aceptar la renovación.
Ha pasado un año y aquel futuro cargado de esperanza se ha transformado en lóbrega realidad. Pero la distorsión que sufre el Athletic no es excepción en un mundillo susceptible al cambio a la menor tormenta. Hace un año el Real Madrid atravesó el ecuador del campeonato de líder, con 49 puntos, a cinco del Barça, y acabó el campeonato con 100 puntos, nueve más que el Barça, pulverizando récords. Ahora, en cambio, tiene diecisiete puntos menos que el Barça, que concluye la primera vuelta sin conocer la derrota, batiendo la plusmarca de puntos, con 55, bajo la mirada enfermiza, pero limpia, de Tito Vilanova. Y ya nadie le ríe las gracias a Jose Mourinho.