Empiezo mal, ya lo sé. Lo normal no es precisamente un término objetivo pues está sujeto al complejo sistema de valores de cada uno y cada una de nosotras. Y a menudo ocurre que, aplicándole cinismo, equivale a defiendo lo que sea con tal de que me sirva a mí.
Entiéndase que no pretendo, ni de lejos, un discurso moralizante, pues allá cada cual con su responsabilidad individual. Pero si tratamos de lo colectivo, de lo político, tenemos todo el derecho a exigir que se respete la dignidad de la ciudadanía haciendo las cosas bien. O intentándolo al menos.
Atrás quedó el 21 de octubre. Lo que toca ahora es que el nuevo gobierno pueda empezar cuanto antes a trabajar. Lo normal (lo lógico, lo sensato, lo cabal…) es que el traspaso de poderes se realice con lealtad, puesto que no es un juego entre dos siglas sino el poder que emana de la ciudadanía.
Lamentablemente, el Gobierno en funciones del PSE lo está convirtiendo en un mal espectáculo con muchos y variados actos y entreactos. Demostración de que el hasta ahora actor principal no se resigna a dejar el escenario.
Patxi López, rodeado de un coro que será fiel mientras lo sea, pasa el tiempo emponzoñando la figura del próximo lehendakari. Y lo que es peor, enredando la cosa pública como si de un intrigante de opereta se tratara. Los gobiernos, también los que terminan, están obligados a la responsabilidad y al respeto institucional.
Aquí nos la jugamos todos y cada una de nosotras y nosotros. No entiendo que, estando la situación como está, no se siente con quienes pilotarán Euskadi para facilitarles y no complicarles más la difícil tarea que tienen delante: generación de empleo y de riqueza, sentar las bases futuras de nuestro país con la mejor formación y preparación profesional de la juventud vasca, asegurar la mejor atención posible en sanidad, apoyo a las personas con más necesidades, normalización política, paz… ¡Casi nada!
Solamente con las dos últimas hay faena para rato. Superar el histórico descontento del pueblo vasco y lograr ejercer la soberanía a la que tenemos derecho como nación que somos y, en segundo lugar, sin mezclarlo con éste primero, coadyuvar en el fin de la violencia, lo que exigirá grandes cambios sobre todo en las mentalidades.
Como escribió María Zambrano: "Estado de paz verdadera no habrá hasta que surja una moral vigente y efectiva a la paz encaminada. Se trata de establecer la vida en vista de la paz. Y la paz es ante todo ausencia de guerra, pero es algo más, mucho más, la paz es un modo de vivir, un modo de habitar en el planeta, un modo de ser hombre; la condición preliminar para la realización del hombre en su plenitud, ya que la criatura humana es una promesa".