lo mejor que podía pasar es la indiferencia con la que la parroquia de San Mamés recibió a Fernando Llorente, que frente al Deportivo estrenaba titularidad en un partido de la presente Liga. Algunos pitidos, lánguidos y desganados, como ocurre en las clásicas historias del desamor. Queda tan lejos en el tiempo el desencuentro, sufrido con pasión futbolera por la hinchada; los vanos intentos por arreglarlo, entre carantoñas y regañinas; el paulatino enfriamiento de las relaciones. Luego vino el silencio y la degradación del vínculo afectivo hacia un futbolista en el que pudo más la codicia y la soberbia que la fidelidad a unos colores, bandera tan básica para los aficionados como circunstancial y de conveniencia para los profesionales.
En la actitud mostrada por el público ha tenido mucho que ver el hartazgo hacia la situación y sobre todo el feliz reencuentro con Aritz Aduriz, el futbolista más eficaz del Athletic en lo que va de temporada.
Como casi nadie discute su titularidad, tampoco cobra especial relieve la suplencia de Fernando Llorente, máxime si sobre sus hombros cae la pesada carga del traidor a los ojos de la hinchada más recalcitrante. Aduriz, además, regresó pagando un precio razonable (2,5 millones de euros) al Valencia. Lo hizo asumiendo con humildad que su sitio estaba a la sombra de Llorente y exhibiendo un sentimiento rojiblanco del que nunca abjuró, sino todo lo contrario.
A todos estos elementos hay que añadir el alto costo supuestamente exigido por el ariete riojano para firmar la renovación (5,5 millones netos por temporada), precio de crack mundial. Sin embargo, durante sus intervenciones en la presente campaña, Llorente ha mostrado escasa rentabilidad en lo que realmente importa, el gol, aunque nadie pueda reprocharle entrega, sobre todo ayer, el día mayúsculo en la que debía atestiguar casta de líder, peso específico y capacidad resolutiva.
Se pegó con los zagueros rivales, como ha hecho siempre, pero erró en la media docena de ocasiones más o menos claras que tuvo para batir al portero Lux.
Paradójicamente, la actuación de Fernando Llorente frente al equipo coruñés ha sido un alivio si se trata de calibrar el alcance que puede tener su pérdida: ¡Pero si es incapaz de meterle un gol al arco iris! ¡Ya se puede marchar a la Juventus cuanto quiera, atracador!
Pero, ¿acaso es mejor Aduriz que Llorente?
Extrapolando la pregunta, Marcelo Bielsa pudo alinear frente al Depor al mismo equipo, con la excepción de Javi Martínez, tan alabado por juego y resultados durante la pasada temporada. ¿Y en qué se parecen?
Probablemente Llorente no está tan acertado, ni trasmite las sensaciones de antaño porque carece de entusiasmo y ha perdido tanto la fe como la ilusión. Pero, ¿se puede decir algo muy diferente de sus compañeros, que no tienen la intención de mudar de club y juntos tampoco pudieron batir al penúltimo clasificado?
Cumplido el primer tercio de la Liga, el Athletic se encuentra a cuatro puntos del descenso y a cinco de los puestos europeos; ha sido eliminado de la Europa League, el torneo que le puso de moda en el curso anterior, de forma lamentable. Su fútbol ha perdido la alegría de antaño. El equipo deambula como un colectivo con el alma en pena. Y apenas asoman indicios para invocar la esperanza en su regeneración.
La gran cuestión es si el Athletic aún tiene capacidad recobrar el espíritu y juego que le insufló Marcelo Bielsa en su primera etapa.
Mientras tanto, Fernando Llorente se ha convertido en una especie de prisionero, pero hasta que acabe su vínculo contractual hay que contar con él, más que nada porque cobra un pastón de un club cuyo presidente también permanece cautivo de la palabra dada por una cuestión de honor decimonónico. Rotos los puentes con el jugador riojano, Josu Urrutia debería haber dejado esos aires de rancia solemnidad y haber buscado la rentabilidad tanteando una salida del delantero, sujeto importante en la desestabilización que padece el Athletic, aunque sea por un puñado de euros, a los que habrá que añadir, obviamente, la parte proporcional de su ficha, que no es poco. Eso hizo, por ejemplo, el Valencia con Jordi Alba. Terminaba contrato el próximo mes de junio y ya intuía su destino: el Barça. Lo traspasó un año antes por 13 millones de euros. Y eso que ganó. Por Llorente el Athletic no recibirá nada, y mientras llega el adiós su mito se va disolviendo entre la indiferencia, tras un partido gris por el que pasó de puntillas, como el resto del equipo.