Con las botas nuevas
no es para tirar cohetes, pero reconforta ganar en la hermosa Granada y de paso saber que hay peores equipos que el Athletic.
Pero tomemos con mucha cautela esta victoria terapéutica tras un partido marcado en rojo, pues la derrota habría colocado a los rojiblancos en puestos de descenso, un duro golpe para la frágil moral de la tropa teniendo en cuenta el terrorífico calendario de partidos que aguarda al Athletic en las próximas fechas. Puesta la venda, hay que recordar que cuando se ganó a Osasuna también parecía que el asunto tomaba la buena senda, y resultó que tampoco. Que no hubo la reacción imaginada, ni enmienda, sino más de lo mismo, puro desbarajuste y desconcierto.
Sin embargo tras la experiencia granadina sí se pueden extraer algunas conclusiones, a la espera de que futuros acontecimientos las manden al traste. Por ejemplo, la contundencia y regularidad de Aritz Aduriz, que regresó a Bilbao con toda la humildad del mundo, y eso significa asumir sin complejos ni prejuicios el rol de suplente. Vino como auxiliar, pero Aduriz se ha convertido en la figura estelar y salvaguarda del infierno para este equipo pusilánime y evanescente.
Lleva marcados más goles (8) que en toda la temporada anterior en el Valencia, donde disputó muchos minutos de competición a pesar de estar a la sombra de Roberto Soldado, y ahora ocupa la cuarta posición en la tabla de goleadores, tras los reputados Leo Messi, Cristiano Ronaldo y Radamel Falcao. Su brillante racha sirve para aplacar el traumático desencuentro con Fernando Llorente, que ayer volvió a sustituirle (m. 66) pero con otra encomienda: ya no tenía que desfacer el entuerto metiendo goles salvadores. Debía ejercer de currito, y eso hizo, y muy bien por ciento para mantener la frágil victoria, y tanta pasión puso en el empeño que casi descuajaringa a un rival con una ruda entrada por la que fue amonestado.
Entre las muchas paradojas que nos está ofreciendo este Athletic turbador la más sobresaliente es que Llorente ha dejado de ser la piedra angular del equipo, como así ocurría la pasada temporada, coyuntura que aprovechó para subirse a la parra y decidir que el Athletic se le quedaba chico para colmar sus ambiciones, salvo si el club aceptaba sus condiciones económicas, a saber, cinco millones netos por temporada a cambio de la renovación.
Ante el estruendo provocado por su desafección Fernando Llorente optó por el silencio, excepto aquella noche (16 de septiembre) en la que asomó por tres emisoras de radio estatales, tras anotar ante el Espanyol el único gol que lleva en lo que va de temporada, para contar sus tribulaciones, pero sin dejar nada claro, como viene siendo norma en él desde que decidió mudarse a otro equipo, se supone que de primera fila mundial, a partir del próximo verano.
Pero, ¡albricias!, de súbito Fernando Llorente reactivó su página oficial de Facebook el pasado martes para dirigirse a sus fieles, que todavía son legión. "Buenos días a todos, lo primero daros las gracias por vuestro apoyo incondicional y perdonadme mi ausencia, la situación no es fácil", escribió el delantero riojano.
Resulta que lo que parecía un emotivo reencuentro con sus fans solo era una falacia, artimaña de fenicio que nada tenía que ver con la cándida necesidad del desahogo, o simplemente compartir un estado de ánimo. Lo que a continuación se lee en su mensaje era la única causa del mismo. "Lo segundo es que quería contaros que este fin de semana estreno botas nuevas, diseñadas por mi en xxxx...", es decir, Fernando Llorente acudió a la red social para vendernos una moto, la marca deportiva que le patrocina y paga, y no para bendecir un reencuentro.
Al margen de las disquisiciones sobre si Fernando Llorente debe ser titular o no, descorazona descubrir el frío que provoca una estrella cuando se vuelve pálida. En un deporte tan pasional, el calor de la hinchada lo es todo. Confrontada a ella, Llorente tiene el descaro de reclamar su atención con las formas de un mercachifle de zoco rifeño. Es probable que pronto salga del anuncio de Iberdrola, donde luce palmito mientras remata acrobáticamente el balón. Porque, si no juega, también desaparecerá la luz brillante de los focos, y con ella el precio de la fama, que tan bien sienta en la cuenta corriente de los magníficos elegidos.
Llorente jugó en Granada de currito, y lo hizo pero que muy bien. De paso recibió un merecido baño de humildad, corroborada su condición de jugador suplente.
Dicho lo cual, aún esperamos que recapacite. Y que siga con nosotros.