LA sociedad vasca va dando pasos hacia convertirse en una sociedad igualitaria. Una mujer encabezando la candidatura a la Lehendakaritza o los resultados electorales del pasado 21 de octubre, que conformarán un Parlamento con un 48% de mujeres, son demostración de ello. Pero no es suficiente.
Conviene recordar que la obligatoriedad de las listas paritarias en realidad es consecuencia de la existencia de un marco legislativo vasco, estatal e internacional que apoya el proceso de tracción de la igualdad. Y que la Ley 4/2005 para la igualdad de mujeres y hombres del Parlamento Vasco fue un paso cualitativo en el proceso de eliminación de cualquier discriminación basada en el género.
En cualquier caso, es justo refrescar la memoria y agradecer la perseverancia de las personas, mayormente mujeres, comprometidas con el feminismo en la defensa de nuestros derechos y que ha permitido llegar a tener ese marco legal e implementar medidas para la igualdad.
La desigualdad supone la vulneración de los derechos humanos, por lo que es fundamental potenciar el empoderamiento de las mujeres como vehículo para la profundización democrática de nuestra sociedad.
Si nos dejáramos llevar por la autocomplacencia podríamos llegar a pensar que, como lo dice la ley, ya hay igualdad. Lo malo es que no hacen falta sesudas reflexiones para darnos cuenta de lo contrario. Solo con atender a los tristes datos de, por ejemplo, feminización de la pobreza, precariedad en el empleo o persistencia de la violencia sexista, entre otros, confirmamos la discriminación existente. Dejamos para otro día la larga lista de injusticias por la falta de presencia de las mujeres en ámbitos de decisión y poder.
Mi intención es finalizar este artículo con la denuncia de cómo a las mujeres se nos trata peor y distinto que a los hombres al utilizar nuestro aspecto físico como elemento de desprestigio personal, intelectual y político.
La última campaña nos dejó varios ejemplos de ello. Antonio Burgos, periodista del ABC, injurió a las mujeres de Bildu al insultarlas "pelorratas" y también, paradójicamente, una representante de esa coalición en un debate local intentaba afear la distinta opción política y electoral de otra mujer llamándola gorda.
En esas actitudes tan condenables de machismo zafio y vulgar hay, por supuesto, grandes dosis de mala educación. Pero lo más preocupante es que denotan lo profundamente enraizada que está la distinta manera de vernos y juzgarnos bajo parámetros sexistas y en la que las mujeres siempre perdemos.
Todos los días asistimos, pues, a esa tozuda demostración de que para la igualdad real y efectiva falta un buen trozo. Pese a los avances normativos.