Nada más anotar el Getafe su segundo gol, en una preciosa chilena de Álvaro Vázquez que como viene siendo habitual pilló a los zagueros del Athletic de vacaciones en el Caribe, Marcelo Bielsa sacó a Fernando Llorente.
Me da en la nariz que vamos a ver más de lo previsto al apolíneo delantero riojano en faena. Convertido en una oda a la desesperación, el mejor futbolista del Athletic sale al escenario cuando la derrota se cierne y él parece ser el único antídoto para combatir el fracaso. En Valencia, Llorente brillo por su ausencia, porque los cabritos valencianos tuvieron la mala leche de remontar el resultado adverso anotando sus goles en los minutos 88 y 90 (ya estaban de vacaciones en el Caribe), con lo cual no hubo tiempo material para que Marcelo gritara con el apretón: ¡Calienta Fernando...!
Cuatro días después, en la Europa League y en un partido concebido como trascendental para el futuro rojiblanco en el torneo internacional, Bielsa tardó 60 minutos en darle cuerda al mocetón de Rincón de Soto, justo cuando el partido frente al Olimpique de Lyon ya estaba retorcido, como es la norma. Con él, cambió de rumbo y por él fue posible el gol del empate, obra de Ibai. Y aquello tomó buena pinta, hasta que sonó un calipso zumbón, los muchachos comenzaron a contonearse con el ritmo sabrosón y regresaron al Caribe (es lo que tiene ser millonario prematuro, que si uno tiene un capricho...). Como saben, Briand marcó el tanto de la victoria para el equipo francés en el minuto 86, volviendo a dejar a los futbolistas del Athletic con esa cara parvularia con la que suelen lamentar sus múltiples errores de concentración.
Frente al Getafe, sin embargo, no sonó la flauta hasta el último segundo, instante en el que San José marcó un gol propiciado también por la presencia de Llorente, que no sirve para nada, pero al menos quedó constancia de que su aparición en el campo obligó al contrario a atrincherarse para capear el temporal que se le vino encima en un arranque desesperado que ni tan siquiera sirvió para provocar la emoción de la hinchada, que interiorizó la nueva decepción con indiferencia, mientras se pregunta por enésima vez cómo un equipo que deslumbró el mundo futbolístico con su forma de concebir el juego y alcanzar así dos finales pudo ser capaz de transmutarse de esta manera tan radical, por mucho follón que hubiera en el verano, se fuera Javi Martínez al Bayern o Fernando Llorente optara por no ampliar su contrato.
¿Qué fue de la versatilidad de Oskar de Marcos? ¿Y del descaro de Muniain, la gracia de Susaeta, la prestancia de Iraola, el equilibrio de Herrera o la firmeza de Amorebieta? Resulta que uno de los dos nuevos, Aritz Aduriz, fichado a espaldas de Marcelo Bielsa, como él mismo reconoció, es el único que responde a las expectativas, transformando el único dato positivo en lo que va de temporada en un contrasentido.
Si Aduriz funciona, Llorente sobra. Como si el fútbol se acabara ahí. Como si el excelso y bien ponderado técnico argentino no fuera capaz de construir un equipo en donde ambos tuvieran sitio, paradoja que él mismo supo resolver con donaire y sagacidad en los días de vino y rosas, cuando reconvirtió a Javi Martínez en un rocoso central, o encauzando las cabalgadas de De Marcos con grata sorpresa; entre otros muchos experimentos que nos mostraron a un entrenador con buen ojo y ciencia.
Ahora, en cambio, resulta que Aduriz es incompatible con Llorente en el libreto mágico de Bielsa, salvo cuando no hay otro remedio que luchar contra un resultado adverso.
Ahora, y es solo un ejemplo, su empeño en utilizar a Muniain como recambio de Herrera contribuye a fomentar el caos de un equipo irreconocible, desorientado, sin patrón ni argumento. De repente, todo lo aprendido en un brillante curso se ha ido al carajo. Con ser malo la súbita amnesia, lo peor es que el Athletic también se muestra con el trazo de un colectivo pusilánime, incapaz de sobreponerse al infortunio, y si lo hace, lo deshace marchándose tan ricamente de vacaciones al Caribe.
Como nave a la deriva, el Athletic afronta de inmediato el reto copero enfrentándose al Eibar, pero sabiendo que otra final será imposible. Y después hay un viaje a Granada para medirse a otro alma en pena y rival directo por eludir el descenso.
Porque hay que dejarse de zarandajas: aquel Atheltic del que nos enamoramos perdidamente ni está ni se le espera, suscitando uno de los mayores chascos que ha experimentado la paciente afición rojiblanca en su centenaria historia.