LAs circunstancias mandan y las de hoy (ayer, domingo, para los lectores) están supeditadas a la cita con las urnas y también, a la hora de escribir estas líneas, a la necesidad de adelantar el trabajo para que los compañeros periodistas de la redacción puedan centrarse en los resultados de unas elecciones llamadas, según todas las encuestas, a provocar un cambio de ciclo que, dicho sea de paso, es urgente si queremos salir de la crisis o, en el peor de los casos, evitar un mayor deterioro. Dicho lo cual, resulta evidente que, desconociendo los resultados definitivos, este comentario económico girará en torno a las expectativas que se abren con el nuevo Gobierno que saldrá de las urnas, sin olvidar la última cumbre europea celebrada esta semana.

En este último tema, Merkel se ha sacado la espina que tenía clavada desde que, en junio, tuvo que ceder ante el plante de Monti, quien amenazó con bloquear la Cumbre todo el tiempo que hiciera falta hasta que se alcanzase un acuerdo sobre la recapitalización directa y la supervisión de los bancos por parte del FEEF y el BCE, lo que permitió sacar pecho a Rajoy y su Gobierno para decir que el rescate al sistema financiero español no iba a costar un euro a los contribuyentes. Ahora no. Ahora la canciller alemana afirma que no pagará los platos rotos por la permisividad e incapacidad del Banco de España a la hora de supervisar la gestión de los bancos españoles.

Esta postura significa que las ayudas a la banca española (cifradas como máximo en 100.000 millones de euros, aunque Rajoy dice que solo utilizarán 40.000 millones) computarán en la deuda pública y los intereses devengados en el déficit presupuestario. Es decir, las entidades que necesitan ayuda externa por su pésima gestión en tiempos pasados serán socorridas con dinero público que sale de los maltrechos bolsillos de los contribuyentes españoles. Todo un despropósito, pese a que Rajoy pretenda disfrazar el fracaso con buenas palabras que, como siempre ocurre cuando se intenta engañar, será desmentido por los hechos, entre los que no hay que descartar nuevos recortes sociales que seguirán hundiendo los datos de la economía real.

Esta preocupante situación europea nos lleva a reflexionar sobre el horizonte vasco que se abre tras las elecciones celebradas ayer. En este sentido, frente al continuismo del PP, la incapacidad del PSE y la ensoñación utópica de EHBildu, la promesa del PNV adquiere mayor fuerza y aporta ciertas dosis de esperanza al asegurar que "vamos a rescatar a las personas". Porque, se mire por donde se mire, la necesidad de cambiar de ciclo es evidente. O, quizás sea mejor decir, recuperar la esencia humanista de la política económica que se desarrolló en Euskadi con anterioridad al periodo negro y perdido que ha estado presidido por Patxi López.

En efecto, la propuesta de Urkullu no es una novedad sino un regreso, entiendo yo, a fórmulas que permitieron en un pasado reciente un fuerte desarrollo empresarial, industrial, comercial y tecnológico, basada en la idea de que lo importante son las personas, siguiendo la estrategia de otros gobiernos vascos dirigidos por el PNV, cuya filosofía recoge Ibarretxe en su libro El caso vasco al señalar que "un País en el que el humanismo de sus organizaciones y la innovación social, científica y técnica se incorporan a su propia identidad abierta al mundo, es poseedor de una poderosa palanca de transformación".

Aquí reside el punto de inflexión para hacer frente a una crisis que no solo nos ha empobrecido sino que está provocando un profundo cambio al que debemos adaptarnos con posibilidades de mantener la capacidad de crecimiento para reducir la pobreza y las desigualdades. Es decir, la capacidad de un desarrollo humano sostenible que, según la definición de la Comisión medioambiental de la ONU, es "? el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades".

Parece difícil que algún partido político pueda cuestionar semejante concepto. Empero, no faltarán críticas a estos planteamientos humanistas, que serán producto de una mal llamada oposición política, cuyos actores no se molestan en analizar todo lo que representa y significa una economía humanista, donde las personas, su dignidad como trabajadores, su formación profesional y el acceso a la tecnología son factores esenciales para competir en los mercados internacionales, cooperar entre todos e innovar, al tiempo que se garantiza el acceso a esas necesidades presentes sin comprometer a las futuras generaciones.

La UE, o mejor dicho, Angela Merkel, ha dejado claro esta semana que Alemania no va a pagar las irresponsabilidades de otros países. Es verdad que la canciller se siente presionada por los bancos alemanes acreedores de la deuda pública en países como Grecia, Italia, Portugal o España. También es verdad la presión de las próximas elecciones en Alemania. Pero no se puede rebatir el argumento de que se han cometido muchas barbaridades presupuestarias que ahora ponen en riesgo la salida de este negro túnel.