Leo Messi estaba pendiente del inminente nacimiento de Thiago, que así se llamará su primer hijo, y para festejar la buena nueva por si un casual llegaba o en todo caso dejar un rastro recio para la posteridad anotó tres goles en Riazor, sumando así su noveno hat trick del año, siete con el Barça y dos con la selección argentina. El disparatado encuentro que se vivió en A Coruña recordó los tiempos del Dream Team que armó Johan Cruyff a comienzos de los noventa, donde se repartían goles con una generosidad admirable, la mayoría empotrados en la portería rival, y en su defecto, casi siempre con uno más a favor del equipo culé.
La incontinencia de Messi sirvió, sobre todo, para que el Deportivo desbancara al Athletic del ranking de ser el equipo más goleado (19 y 17, respectivamente) de Primera División, un desdoro que los rojiblancos se habían ganado a pulso a lo largo y ancho de estas primeras ocho jornadas disputadas, que han servido además para alumbrar un panorama descorazonador.
El hincha parte de una lealtad inquebrantable, pero se mueve a impulsos emocionales. Está en su génesis y es su sustancia. Y el hincha está cabreado. Pero que muy cabreado con los muchachos, especialmente con Ander Herrera, por muy digno que se pusiera y flagelara con fruición después de pifiarla dejando al equipo con diez jugadores; pero también lo está con todos los demás, que se derrumbaron sin remedio como delicadas amapolas azotadas por un huracán, y no era el caso del Valencia, pura angustia, pero poniendo más ganas y determinación.
Al hincha, tras otro partido frustrante, le come la desazón. Busca razones y repasa lo sucedido en la campaña anterior con mirada aviesa. Entonces observa que el Athletic perdió de forma miserable las finales de Copa y de la UEFA League, olvidando de súbito cuan sublime fue el tránsito hasta llegar tan lejos. Repasa la clasificación liguera y descubre que aquel ponderado equipo de Marcelo Bielsa en realidad fue una filfa, pues acabó la competición en la discretísima décima plaza, con 49 goles a favor y 52 en contra.
El hincha también maldice al árbitro Undiano Mallenco, lógico, porque es muy socorrido y seguro que nos tiene tirria, y puestos a desvariar (porque el hincha no está ahora para reflexiones) también deduce que el nuevo corte de pelo que exhibe Fernando Amorebieta tuvo mucho que ver en los desajustados remates de cabeza que ejecutó contra la meta valencianista.
El hincha mira al futuro, y lo ve negro, naturalmente. En la Copa, nada que hacer. Si acaso superamos al Eibar, en octavos de final aguardará previsiblemente el Málaga, y si por un casual pasamos, en cuartos espera el Barça, y si a lo mejor ocurre un milagro, y el Athletic no está para milagros, en semifinales acecha el Real Madrid, o sea, que mejor ya nos olvidamos del asunto.
Descartado el trofeo que de antiguo fue nuestro, el hincha tampoco encuentra consuelo en la Europa League, donde se han repetido con mimetismo asombroso los mismos parámetros de atrofia futbolística.
El hincha es un veleta por definición, pero estaba avisado. Conocía que el Valencia aguardaba el partido a modo de bálsamo, no en vano el Athletic es el rival a quien más goles ha metido a lo largo de su historia. También sabía que en las últimas veinticuatro visitas el conjunto bilbaino solo ganó una vez en Mestalla. En consecuencia y aunque se derrotó a Osasuna, actual colista, en la jornada anterior, no había motivos fundados para abrazar el optimismo.
Sin embargo, lo que cabrea de verdad, pero de verdad, al hincha es precisamente lo que ocurrió en Valencia. Que a falta de tres minutos para la conclusión del encuentro y con la adrenalina en plena ebullición vayas ganando y tres minutos después acabes palmando, y de qué manera.
Aduriz volvió a demostrar su eficacia y el hincha tampoco tuvo la ocasión ni de criticar la ausencia de Fernando Llorente, ese millonario prematuro que aguarda tan ricamente sentado en el banquillo el día en que será más millonario prematuro. Qué paradojas tiene la vida.
El hincha amaneció al día siguiente con gesto melancólico, pero dispuesto a reactualizar su voto de fidelidad por la causa, asumido que ir a peor es ya prácticamente imposible.