Alargada sombra, fidelidad
la tarde se puso solemne en Lacatedral, escenario del homenaje tributado a José Ángel Iribar, la leyenda, al cumplirse los 50 años de su debut con el equipo rojiblanco, el único que conoció a lo largo de su dilatada trayectoria. Nacido en Zarautz, su compromiso con el Athletic fue total, de cuerpo, alma y sueldo, y a propósito de tanta fidelidad se me viene a la cabeza, como si fuera una obsesión, la negativa de Fernando Llorente a renovar su contrato y su intención de marcharse de aquí con viento fresco. O sea, que le Athletic se le ha quedado pequeño y eso duele, lo tienes que entender Fernando.
Llorente ha dicho que hasta enero no hablará sobre sus intenciones definitivas, abriendo un resquicio a la esperanza, entre otras razones porque hasta entonces no puede negociar con otro club, y en consecuencia lo único claro que tenemos es que se ha convertido en un rehén de San Mamés, y esa sensación tuve cuando vimos al gran Iribar salir al campo a saludar, tan feliz, sintiéndose querido por una hinchada que a coro volvió a cantar alborozada "¡Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno...!" como en los viejos tiempos, aunque en los viejos tiempos la censura franquista obligó a cambiar en los noticieros del NO-DO cojonudo por muy seguro, y mira que la Real Academia Española dictamina que cojonudo nada tiene que ver con cojón, y exclusivamente se traduce por estupendo, magnífico, excelente.
Los censores de entonces (y los de ahora) se la cogen con papel de fumar y así tenemos que sujetar, a lo que parece, las palabras de Fernando Llorente, que el pasado domingo se dio un paseo por las grandes cadenas radiofónicas de Madrid para contar sus tribulaciones y sin embargo a los medios de comunicación de aquí, con todo lo que le queremos, nos castiga con el látigo de su indiferencia, como aldeanos, como si fuéramos los culpables de su desafecto.
Pero mientras dure su condición de rehén, porque así lo impone su contrato, le seguiremos dando la matraca, repetiremos hasta la saciedad que se quede y lo mucho que le necesitamos; y si no sirven las carantoñas también le recordaremos que para alcanzar un jugoso fichaje en la liga inglesa o italiana necesita seguir demostrando sus cualidades aquí, en el Athletic, y no que es un contumaz fallón como evidenció el otro día ante el equipo israelí, y que recapacite sobre su condición de suplente.
A Iribar, considerado uno de los mejores porteros de todos tiempos, en cambio no se le quedó pequeño el Athletic, sino todo lo contrario. Sin embargo tampoco se nos puede olvidar que Jupp Heynckes nos sacó los colores, allá por 1992, cuando confesó ante los periodistas su asombro por la escasa atención que entonces se le prestaba a El Txopo, arrinconado en Lezama como un anónimo empleado, en vez de tenerle sobre un pedestal y presumir con donaire de semejante mito.
Y de eso presumimos, ahora y por los siglos de los siglos. El homenaje a Iribar también ha servido para recordar que el puesto de portero da calambre por su culpa, porque durante tantos años y partidos de sobria regularidad mostró a la hinchada lo bien guardada que estaba la meta del Athletic. La carga que han soportado sus sucesores ha sido terrible. A la mínima duda brotaba ese rumor desde la grada... Fueron tantos los que acabaron abrasados, sepultados bajo la alargada sombra que proyectó aquel Txopo, y resulta que el día en el que San Mamés le canta el cumpleaños feliz va Gorka Iraizoz y causa baja por lesión. Así empezó su carrera Iribar. ¿Así empieza su carrera Raúl?
Mientras Iraizoz se presentó al homenaje con una camisa de leñador que dañaba la vista, el joven meta bilbaino salió al terreno de juego de riguroso oscuro, tal y como solía el agasajado, y luego solventó el complicado partido, por Iribar, su alargada sombra, el rival y la responsabilidad adquirida precisamente en día tan señalado, con solvencia. Si acaso aquella mala salida y un desencuentro con Iturraspe para controlar un balón que llegaba suelo y que casi cuesta un disgusto. Hizo dos paradas espléndidas, y así contribuyó a que el partido terminara por lo menos con un punto.
¿Merece tener su oportunidad? Me parece que sí.
Acabó el homenaje a Iribar y sobre San Mamés se quedó un aroma a incienso que turbó a los futbolistas. El partido transcurrió plano, sin alma, como si se hubiera firmado un armisticio, un pacto de no agresión. El Athletic percutía una y otra vez por la derecha, y una y otra vez caía en fuera de juego con parvularia obcecación. La banda izquierda simplemente no existía. Hubo dos consumados arietes, pero nadie suministró una pelota en condiciones para su remate. Solo Susaeta acertó a tirar contra la portería del Málaga, ¿cómo se puede ganar un partido con tan poco?
Y no se perdió gracias en parte a Raúl, que supo buscar cobijo bajo la frondosa sombra que aún proyecta José Ángel Iribar, El Txopo.