Cristiano Ronaldo ni pudo ni supo marcar un gol al Sevilla y, cielo santo, seguimos sin saber si la criatura continua triste o ya se atreve con una sonrisa vertical, misterio bufo que ha estado en el centro del debate futbolístico mundial durante dos semanas. Sin embargo, concluido el partido, los periodistas preguntaron a Marcelo: "¿Cristiano Ronaldo sigue triste?", a lo cual el sagaz lateral brasileño del Madrid, contestó: "ahora todos estamos tristes", o sea, que ¡Cristiano sigue afligido!, pues esa es la cuestión, y encima ha contagiado a sus compañeros, que deambularon por el Sánchez Pizjuán como Santa Compaña en tenebrosa noche mientras las campanas de Montserrat tañían con furia desparramando ecos de gloria por las riberas del Llobregat. Jose Mourinho, ese entrenador portugués tan arrogante y altanero, no puso reparos a la derrota, humilló la cerviz, y sentenció sin aspaviento alguno: "ahora, no tengo equipo".

A ocho puntos de distancia del Barça en tan solo cuatro jornadas de Liga consumidas, la crisis atenaza al gigante madrileño; y parece tan insondable que ha dejado hueco y sin capacidad de respuesta a su reputadísimo preparador.

Entre tanta desolación un rostro limpio penetró en la penumbra del equipo blanco. Ricardo Izecson dos Santos Leite, alias Kaká, asistía a la derrota con serenidad. Egregio miembro de la Iglesia Renacer y evangélico fervoroso, resulta que Kaká musitaba un deo gracias mientras el Madrid naufragaba en Sevilla. Al fin y al cabo goza de buena salud, está en forma y asume con humildad cristiana su condición de suplente porque, entre sus insondables designios, el Señor tuvo a bien premiarle con un contrato anual de diez millones y medio de euros libres de impuestos, ¡alabado sea el Altísimo!, repetía entonces Kaká en plena zozobra madridista. Por eso, ajeno a las miserias humanas (el hambre y todo eso), desde su nirvana particular el otrora crack brasileño despedía un halo espiritual que alguno confundió con indiferencia y desafección a la causa blanca.

Hay que estar muy atentos al personaje y sus circunstancias antes arrojar sentencias. Kaká no puede sufrir con cosas tan mundanas como un mero partido de fútbol. Es una cuestión de principios. En cambio, ¿cómo se puede interpretar el estado de ánimo de Fernando Llorente, pues su cara transmitía pasión y pesar mientras asistía impotente en el banquillo del estadio de El Prat-Cornellà al naufragio del Athletic?

A mí me parece que sufría como un bellaco porque, al fin y al cabo, ha llegado a esa absurda situación por su mala cabeza. ¡Sin duda, es uno de los nuestros, siente los colores más que nadie y está tan arrepentido el hombre...!, me dije también mientras aguardaba en un sinvivir el instante en que el Marcelo Bielsa se decidiera de una puñetera vez a sacarle al campo para arreglar el entuerto, y a fe que lo arregló con el primer balón que llegó a sus pies; y lo bien que se entiende con el eficaz Aritz Aduriz, para que luego digan; y como se acojonaron entonces los pericos, que ya se veían desplumados y en la cazuela, hasta que...

Hasta que en un contragolpe del Espanyol culminado por Longo pilló a la zaga bilbaina con el GPS apagado, y mientras Gurpegi retornaba de El Prat y Amorebieta defendía la portería de Cornellà, Iturraspe no sabía si corría hacia El Prat o venía de Cornellà, pues así de ofuscado estuvo con las maniobras orquestales de Marcelo, que primero le situó de centrocampista, manejando el tráfico de El Prat, y de seguido como defensa puro, en pleno centro de Cornellà.

Tampoco tuvo su día Isma López, que si al principio solo tenía la función de correr por la banda caminito de El Prat, con el reajuste estratégico del técnico argentino además debía defender por Cornellà y el primer gol españolista le atropelló despendolado en unas intersección de rutas, entre El Prat y Cornellà. Cuando Bielsa se decidió ¡aleluya! a sustituirle por Llorente, López estaba en plena vaguada, no se sabe si de Cornellà o El Prat. Por fortuna, Aduriz siempre supo la dirección correcta de cada pueblo anotando de forma brillante el gol del empate definitivo, circunstancia que aprovechó Iraizoz para pedirle las señas. Pero el portero se perdió en el camino, fraguando con el último estertor del partido un instante pleno de vértigo y emoción; esa terapia pura (porque descarga las bilis) que tan grande hace al fútbol. Por fortuna, Amorebieta estuvo listo en el quite. ¡Jesús!, si es que no ganamos ni para sustos.