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Austeridad versus solvencia

PELIGROSA. Empieza a ser muy peligrosa la grieta abierta entre una clase política entregada a los deseos e intereses del poder financiero, que no quiere reeditar episodios como la quiebra de Lehman Brothers, y una sociedad que soporta la crisis con más paro, más impuestos y más pobreza sin vislumbrar la más leve claridad al final del túnel. Conceptos como rescate, déficit, deuda o prima de riesgo marcan el ritmo de la economía y no dejan resquicio alguno a los incentivos, lo cual frena el devenir de las empresas solventes que no pueden acceder a la liquidez necesaria para modernizarse, ser competitivas, generar riqueza y crear empleo.

Es el reflejo de un profundo desequilibrio en la UE, provocado por las medidas de austeridad presupuestaria, dictadas desde la troika para los países con dificultades, cuya eficacia se mide en otros tantos rotundos fracasos (Grecia, Portugal e Irlanda, por no hablar de España e Italia), mientras que caen en saco roto las teorías propugnadas por prestigiosos economistas que defienden la solvencia empresarial para salir de la crisis, defensores de la inversión como condición para el crecimiento económico, tal y como esta semana han expuesto personalidades como Nouriel Roubini, quien predijo la actual crisis en 2006, y el premio Nobel de Economía 2001, Joseph E. Stiglitz.

Resulta evidente que semejante falta de sintonía entre expertos y políticos pone sobre la mesa la existencia de distintos objetivos, reflejo a su vez de distintos intereses. Los primeros abogan por el crecimiento económico como fuente de ingresos para saldar las deudas, lo que implica inversión, formación y riesgo, mientras los segundos defienden los intereses de los acreedores y pretenden amortizar la deuda con la reducción del gasto social que, demostrado está, no soluciona los problemas si no que los agrava.

Si no fuera así el camino sería más fácil, porque, como decía Isaiah Berlin, "cuando hay acuerdo sobre los fines, los únicos problemas que restan son los referidos a los medios, y estos medios no son políticos sino técnicos".

Trasladadas estas discrepancias al escenario de la economía vasca y apelando al futuro de la sociedad y su bienestar, conviene señalar la oportunidad que tienen los partidos políticos ante la convocatoria de elecciones en el País Vasco para ser responsables y coherentes con los intereses de los hombres y mujeres a los que, según dicen, quieren gobernar, para dejar en segundo término sus objetivos partidistas y electorales. Los partidos vascos y sus candidatos tienen ahora la oportunidad de poner en valor su capacidad y creatividad para proponer ideas que faciliten la recuperación económica en un escenario financiero, empresarial y laboral erosionado por la recesión.

Los políticos deben saber interpretar con seriedad e inteligencia los objetivos y las necesidades de la economía vasca, más allá de la insistencia en la reducción del gasto público, porque, aunque las medidas de austeridad puedan ser importantes, resulta más decisivo el bienestar de la sociedad que será el reflejo de la credibilidad y competitividad que merece la economía vasca y su tejido empresarial en los mercados internacionales.

Pues bien, en este sentido, estamos viendo y sufriendo la constante huida de capital de España. Nadie quiere invertir en una economía débil y enferma, pese a los recortes que se están registrando, porque no tiene credibilidad ni solvencia en los mercados, en tanto que las empresas siguen sin acceder al crédito en condiciones mininamente aceptables y ya se sabe que una empresa solvente puede aguantar aunque tenga pérdidas, pero no puede subsistir sin tener liquidez para las transacciones diarias que aseguren su modernización al tiempo que consolidan su solvencia y competitividad.

La realidad económica vasca, aún siendo menos mala que la española, presenta varias fisuras que necesitan cauterizar mediante medidas auspiciadas desde las instituciones públicas. Se calcula que la mitad del tejido empresarial vasco tiene, o tendrá a corto plazo, serias dificultades para competir en un mercado extraordinariamente exigente por falta de demanda.

No hay más que ver los datos sobre producción industrial y crecimiento económico para comprender que el deterioro se puede prolongar durante mucho tiempo si no media un ambicioso plan de choque para modernizar ese amplio sector empresarial.

Dicho en otras palabras, la economía vasca tiene graves problemas y un gran reto en el corto plazo. Necesita incentivos para su reactivación, así como formación y desarrollo tecnológico para ser competitiva. No basta con seguir los dictados europeos. Euskadi dispone de herramientas importantes que deben ser puestas al servicio de la economía y la creación de empleo. Herramientas como la autonomía fiscal proyectada desde el Concierto Económico o la solvencia financiera que tiene Kutxabank. Ahora, lo que hace falta es ponerlas a trabajar en pro de la reactivación económica y no utilizarlas como armas arrojadizas.

Llegados a este punto, sería bueno conocer las ideas de los partidos políticos respecto a sus prioridades y la forma de salir de la crisis. La solvencia no es incompatible con la austeridad presupuestaria sensata y razonable, pero las actuales medidas de austeridad son insaciables y terminan por erosionar la solvencia empresarial. Por tanto, ¿qué camino hay que seguir?