créanme, no es aconsejable dejarse llevar por la euforia desatada en los especulativos mercados financieros tras la declaración de Mario Draghi, quien, como mago que saca un conejo de la chistera, ha anunciado que el BCE comprará bonos a corto plazo de deuda pública española, lo cual ha relajado y rebajado la prima de riesgo. Ahora bien, cuando llegue el rescate, sea blando o duro, parcial o total, leve o grave, preventivo o medio pensionista, los únicos beneficiados serán los acreedores (sector bancario y los fondos de pensiones e inversiones) de la deuda española pública y privada porque tendrán garantizada la devolución de sus préstamos aunque vaya en detrimento del estado de bienestar y el crecimiento económico de una economía endeudada como la española.

A estas alturas de la crisis los ciudadanos han podido comprobar esta semana la relevancia mediática que reciben las palabras de Draghi o la presencia de Merkel en La Moncloa como supervisora del cumplimiento de las condiciones de austeridad y recortes impuestas al Gobierno español. Entre tanto, la escalada del paro en agosto o el descenso en el PIB vasco en el último trimestre computado, que son los auténticos parámetros que miden la economía real, han tenido un repercusión menor y, en cualquier caso, no acorde con las cifras de destrucción de empleo o los ratios de empobrecimiento que padecemos.

Creo no exagerar si afirmo que muchos trabajadores en paro o empresarios que no pueden acceder al crédito bancario para invertir en tecnología, pueden decir: "Bien. Vale. Acepto la posibilidad del rescate como una medida para la economía española (que es mucho decir). Pero?, ¿qué hay de lo mío?" Es decir, ¿cuándo se creará empleo?, ¿cuándo terminarán los desahucios, los recortes y las subidas de impuestos? o ¿cuándo se abrirá el mercado crediticio?

Por tanto, menos lobos Caperucita. Se pone especial cuidado en enfatizar sobre los beneficios de un rescate, cuando éste es una medida de emergencia ante una situación catastrófica y solo actuará sobre el coste financiero de la deuda contraída o para facilitar el pago de la misma. Pero nada hay, en la letra pequeña o grande de las condiciones impuestas por la Troika, que nos hable de crecimiento económico o que nos abra la posibilidad de una mayor liquidez para la inversión pública o que obligue a los bancos rescatados a una política más positiva en el mercado crediticio. Tan solo se impone la obligación de reducir gastos (sean los que sean) para cumplir con unos porcentajes de déficit público que, se mire por donde se mire, son imposible de alcanzar.

Luego está la eficacia de otros rescates que se han llevado a cabo en los últimos años. Grecia, Irlanda y Portugal pueden hablar con conocimiento de causa sobre cómo les ha ido. Veamos. En el país heleno, al margen del golpe de Estado que derrocó a Papandreu, se solicitó un primer rescate (13.04.2010) por valor de 110.000 millones de euros para refinanciar la deuda y fortalecer al sistema financiero. Pues bien, quince meses después Atenas tuvo que pedir un nuevo rescate por valor de 130.000 millones (48.000 millones para la banca), se estableció una quita del 53% para los acreedores privados y el desempleo sigue subiendo.

En Irlanda también estalló una burbuja inmobiliaria y, como en España, la banca estaba bastante implicada, hasta el punto que necesitó 50.000 millones de euros para sanearse y crear un banco malo. Es decir, más de la mitad de los 85.000 millones concedidos como rescate, previamente solicitado el Gobierno (21-11-2010). Es cierto que el país ha podido regresar al mercado financiero este verano, pero la rentabilidad del banco malo es más que dudosa.

Por último, Portugal. El Ejecutivo de Sócrates solicitó el rescate a la UE (6.04.2011) y el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera concedió un préstamo de 78.000 millones de euros. Después de una serie de recortes salariales y sociales, el Gobierno anunció el pasado sábado la subida del 11 al 18% en las aportaciones de los trabajadores a la Seguridad Social, mientras que rebajaba del 23,5 al 18% las aportaciones de las empresas.

Eso se llama solucionar los problemas de los más necesitados. Queda demostrado que cumplir un plan de austeridad presupuestaria basado en el recorte de gastos sólo trae más recesión y nuevos recortes. Parece que, en el caso de España e Italia, el BCE quiere utilizar una fórmula menos estricta, pero sin garantías de recuperación o crecimiento. Sabemos que la crisis es muy grave y que no se recuperarán los niveles de consumo de hace un lustro. Somos conscientes que es difícil la solución para crear empleo. Pero, por favor, no nos tomen por tontos.

Son los políticos quienes tienen que buscar esas soluciones y no repetir, fracaso tras fracaso, medidas que llevan a la ruina de la sociedad. Sin embargo, hete aquí que ahora el primer ministro italiano, Mario Monti, y el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, proponen una cumbre extraordinaria de la UE para contrarrestar un creciente y peligroso sentimiento antieuropeo. Curioso y sarcástico. Así nos va. Otra vez el pirómano quiere apagar el fuego que ha provocado.